viernes, 8 de febrero de 2013

REMA MAR ADENTRO



Estaba él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba a su alrededor para oír la palabra de Dios,  cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes.  Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre.
 Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.»  Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»  Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse.  Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo, Simón Pedro cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.»  Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado.  Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.»  Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.” ( Lc 5,1-11)
 

El evangelio de este domingo nos sitúa en el lago, entrañable marco de la primera iglesia.
Veamos algunos elementos significativos del texto:
La barca: Jesús ve dos barcas en la orilla y escoge una para que su palabra llegue a esa multitud que le sigue fascinada. Los Padres de la Iglesia veían en las dos barcas el mundo judío y el de los gentiles y explicaban que Jesús se encarnó en el Pueblo elegido. Pero ambos están atados, no han alcanzado plenitud. El Hijo de Dios necesitó una cultura, una familia, una lengua una fe para, con este soporte humano, hacer llegar al mundo la Palabra de Dios.
La barca se convirtió rápidamente en símbolo de la Iglesia. Desde ella – aunque no sólo desde ella- la Palabra de Dios ha llegado a millones de personas. Defectuosa, infiel a veces, avejentada…pero es el ámbito que Dios escogió para revelarse. Qué duda cabe que hay muchas cosas que pueden y deben cambiarse en la Iglesia pero lo único importante es que deje espacio a Cristo para que, desde ella, hable.
Piensa un poco: ¿dejo yo en mi vida espacio a Cristo? ¿puede Él servirse de mi vida como plataforma de evangelización? Mi vida ¿está a su servicio?

Rema mar adentro. ¡Qué maravillosa la palabra de Cristo que me invita a ir siempre “mar adentro”! Porque Jesús  me llama siempre a separarme de todo lo que me ata, me llama a separarme de tantas orillas que me estancan… Mi vocación es  la libertad. Ser quien soy. Vivir para lo que he nacido, esa es la auténtica conversión. Todo ello conlleva esfuerzo - ¡rema!- pero tenemos la certeza de que si vamos “mar adentro” es porque Él  se ha posesionado ya de nuestra barca. “Si le busco es que ya le tengo”…

Por tu palabra echaré las redes. Siempre me sorprende la docilidad de Pedro, profesional de las pesca, ante la orden del carpintero. Pero Pedro tiene la experiencia del fracaso: toda la noche…y no ha pescado nada. Y precisamente en ese momento, llega la orden.
Con frecuencia el fracaso es necesario para descubrir lo esencial. El fracaso nos alcanza, si sabemos vivirlo, la humildad; nos ayuda a asirnos a Dios, nos acrecienta la fe. Se diría que este es un evangelio de especial aliento para la Iglesia de hoy. Una Iglesia que “fracasa” en muchos aspectos, que está lejos del mundo joven, del mundo obrero, que tiene a la mujer en la cuerda floja, que habla de forma tan clerical que no comunica con facilidad…Son muchos los pastores que están ”quemándose” en multitud de tareas pastorales  de las que apenas se ven frutos. El evangelio viene a recordarnos lo esencial: la Palabra de Dios tiene una fuerza que ninguna de nuestras pastorales alcanzará jamás. Las parroquias, los movimientos…deberían ser, básicamente, escuelas de oración donde la Palabra tuviera la primacía.
Sólo si retornamos a la Palabra “pescaremos”. A veces es preciso saborear nuestra ineficacia para levantar los ojos al Señor y, fiados en Él, volver a echar las redes.

La sobreabundancia. Siempre signo del Reino. Un banquete en el que sobra vino de extrema calidad, una comida campestre en la que se recogen cestos con las sobras del pan, unas redes que revientan… El reino es abundancia, Dios es la extrema prodigalidad. ¿Soy yo Reino para los otros?

Apártate de mí. Pedro experimenta su pequeñez. Él nada ha podido y con Jesús todo se pudo. A medida que nos fiamos más de la Palabra de Dios conocemos más nuestra pequeñez. Sentirse pequeño ante Dios es lo normal. También debería ser normal el asombro ante la cercanía que Él busca, ante sus obras, su amistad…Deberíamos vivir asombrados, nunca acostumbrados.
Este es, sí, un relato vocacional. Se ha aplicado mucho a la vida consagrada. Pero por el bautismo todos somos consagrados y todos estamos llamados a dejarlo todo para seguirle.

Ayúdanos, Señor, a remar mar adentro.

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