jueves, 11 de julio de 2013

HACER EL GARBANZO



Los garbanzos son plato habitual en muchas casas. Aunque mucha gente ya los compra cocidos, un buen plato de garbanzos necesita de la elaboración casera. Y eso supone una noche de remojo por lo menos. No es pues un plato rápido. Esas pequeñas  legumbres son duras como balas de acero y necesitan ser transformadas para ser comestibles. Sólo con tiempo se ablandan y puede entonces presentarse un delicioso plato de garbanzos, garbanzas (diferencia canaria que nunca he entendido muy bien) y hasta mousse de garbanzos.
Es preciso hacer el garbanzo. Dios necesita también tiempo para cambiar mi corazón, duro a veces como una roca…o un garbanzo. Necesito sumergirme en su ambiente aún cuando nada sienta ni experimente. Ese rato diario en la capilla, ese trayecto que en el coche aprovecho para poner el evangelio en mp3…ese retiro que me cuesta…ese silencio…
Cuando nada siento en la oración, es posible que sea tiempo de hacer el garbanzo: sólo estar y confiar que él va haciendo su obra, que Él me va cambiando el corazón, suavizándolo. El garbanzo me enseña una profunda lección de abandono. Recuerdo que cuando mi madre había puesto los garbanzos en remojo, apagaba la luz de la cocina y se acostaba. Como el campesino que sembró y se fue a dormir dejando, confiado, que la semilla creciera sin que él supiera cómo. Los garbanzos quedaban en mi casa en un puchero de agua a oscuras. Al día siguiente eran alimento para todos.
Que aprenda del garbanzo, Señor. Si tú cuidas de él y lo cambias…¿no vas a cuidar de mí en esas noches oscuras en que nada siento, nada veo y de todo dudo?

También yo quiero ser alimento para el mundo…Enséñame a hacer el garbanzo

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