sábado, 14 de diciembre de 2013

SANADOR DE CORAZONES




En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.»  Mateo 11,2-11


Juan, el gran profeta, aquel de quien Jesús hace un elogio encendido, vive su noche oscura en la cárcel fortaleza de Maqueronte. Oye hablar de Jesús y sus obras. Pero no sabe re-conocer. Por eso envía a dos de los suyos con una pregunta clave: ¿eres Tú la definitiva respuesta? ¿eres Tú el Esperado?
La respuesta de Jesús le remite a las obras que los profetas habían dicho que serían el distintivo del Mesias. Es una manera clara de decirle que sí, que es Él, que lo que los profetas habían anunciado se cumple en Él. Pero es también una forma sutil de preguntar: ¿no lo has sabido ver? ¿No has leído entre líneas?

Es posible que Juan no pudiera escapar a la imagen e Mesias que el pueblo judío tenía: alguien que vendría con poder y majestad. Al fin y al cabo somos hijos de nuestro tiempo y nuestra cultura…también en lo religioso.
Pero Jesús no ha venido con poder, ni con gloria. Es hijo de un carpintero ni siquiera es rabbí…
La respuesta que da Jesús es una llamada a todos a abrir bien los ojos del corazón. Porque cada día pasa Dios por nuestro lado y no viene como lo esperamos. Pero además de esa llamada a la profundidad es también un auto-retrato. Jesús habla de sí mismo como aquel que ha venido a sanar toda herida.
El Papa Francisco afirma que "curar heridas" es una tarea urgente: "Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor, cercanía y proximidad a los corazones... Esto es lo primero: curar heridas, curar heridas". Habla luego de "hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela". Habla también de "caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perderse".
Parece mentira que la inmensa misericordia de Dios – que devuelve la vista, que sana a los sordos, que… - sea motivo de escándalo. Jesús lo prevé. Sabe que nuestros cálculos son pequeños y que Dios no sabe de cálculos. Que nosotros damos dos o tres oportunidades pero no más y Él no las cuenta. Y avisa: dichoso el que no se escandalice de mí.
¿Por qué? Por una razón sencilla: porque si no soy bueno, me molesta la bondad de Dios. Así de simple. Sólo si mi corazón es bondadoso y tiene algo de divino, no sól no me voy a escandalizar sino que “mi alma se alegra en Dios Salvador”
Cuando los emisarios de Juan se van, Jesús pregunta a los que están con él: ¿qué esperabais? Porque con frecuencia esperamos pero no nos gusta ni la austeridad de Juan ni la alegría de Jesús. Hay una manera de esperar cerrada, una manera de querer ser curado sin curarse. Como esos que van al médico para saber qué hay que tomarse pero no están dispuestos a tomárselo…
Jesús hace un vibrante elogio de Juan: entre los nacidos de mujer, nadie tan grande como Juan. Es una “canonización” en toda regla.
Pero Juan cierra una página. Porque con Jesús se estrena la pequeñez, la humildad, el corazón de niño y la sencillez. ¿Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada?
Belén es icono de pequeñez. Pidamos un corazón de niño…


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