CUERDAS
Acaba de ganar el Goya al mejor Corto. Se llama “Cuerdas” y la verdad es
que es una delicia. Por su simplicidad narrativa, por su finura humana, por los
valores. Consigue una emoción contenida que es como me gusta a mí. No me
satisfacen los lloriqueos sino aquello que consigue tocarte el alma hasta
hacerte guardar silencio.
Ese silencio es siempre fecundo.
En ese silencio estaba yo cuando “volví a ver” (con el corazón) la escena final en la cual María apoya sobre
una mesa de profesora su muñeca con cuerdas. Los críticos dicen que la clave de
una película suele estar en la escena final. Y la escena final nos presenta una
mujer adulta que es lo que es por una cuerda (en este caso visible) que la
lleva a su infancia.
Todos tenemos cuerdas que nos llevan a la infancia. Es una especie de
cordón umbilical…Los que han tenido la suerte de tener, como María, una
infancia luminosa y no han matado al niño que todos llevamos dentro, suelen ser
grandes personas. Los que quizá han tenido una infancia dura deberán quizá
cuidar al niño herido que llevan pero, si lo hacen, quizá serán, además de
grandes personas, magnánimos y comprensivos.
Creo que más allá de mostrarnos la bondad connatural de la niña María, el
corto nos reta a ser adultos fieles a nuestra niñez. Decía un escritor, que de
mayor sufrió lo suyo, que la luminosidad
que empapó su infancia le privó de amargarse. La biblia nos invita a “beber en
nuestro propio pozo”. Esta María de “Cuerdas” vive atada a la niña que fue.
Desde ahí va a vivir su profesión, su opción…
Si olvidamos al niño que llevamos podremos ser adultos eficaces. Nunca
tiernos.
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