sábado, 15 de noviembre de 2014

DIOS ESTÁ ADMIRADO CONMIGO...

Leo un autor, que hasta el momento desconocía, que me deja casi colapsada con este párrafo:


Oseas comprendió los celos de Dios. Que estos celos eran, en realidad, lo contrario y, al tiempo, la clave de un sentimiento que no habría jamás imaginado en el Creador respecto a  su criatura: que Dios se enamore de su criatura, enamorado de aquello que no vive sino de él, de aquello que ha sido hecho por él, de aquello que nada puede aportarle. Y, sin embargo, no se trata solamente de conmiseración, no se trata tan sólo de compasión, de sentir cierta inclinación, se trata de amar.
Pero no hay amor sin admiración. Creo que aquello que distingue más claramente la compasión del amor es que en la compasión hay certeza de que uno es superior al otro: se inclina uno hacia el otro porque se compadece de la miseria del otro, mientras que un amor auténtico pide siempre admiración. Y cuando Dios dice que ama es cosa grave, quiere decir que admira. Parece casi blasfemo decir que Dios pueda amar a su criatura. ¿Cómo es posible que una idea tan loca haya podido salir de un cerebro humano: que Dios ame a su criatura? ¡Ah! Que el Misericordioso se enternezca cuanto quiera pero ¿Qué ame?  (Dominique Barthelemy OP)

Supe siempre que el amor incluye, por definición, la admiración hacia la persona amada pero nunca pensé aplicarlo a Dios. ¿Dios admira algo en mí? Y en ese caso ¿qué es lo que más admira? Tener a Dios admirándome, tener a Dios asombrado al verme y contemplarlo es una novedad que me lleva a mirarme y a mirar diferente a los otros. Porque Dios anda también admirando a mi hermano (a ese al cual yo considero, quizá, pesado, insoportable o de pocas luces…) y si Dios lo admira es que algo muy valioso, que yo no sé ver, hay en él.
Y descubro mi ceguera. Ceguera para verme, ceguera para ver. Ceguera para la admiración. Y si no soy capaz de admirar, concluyo, es porque, quizá, me estoy mirando a mí misma. Y quizá no amo como debería...
Sea como sea, me gusta, de repente, que Dios me admire. Aún no sé muy bien por qué pero debo averiguarlo para potenciar al máximo ese aspecto que lo tiene admirado.

¿Cursos para la autoestima? Pensar en un Dios que me admira es un auténtico subidón. 

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