sábado, 29 de noviembre de 2014

VELAD


«Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento.  Al igual que un hombre que se ausenta: deja su casa, da atribuciones a sus siervos, a cada uno su trabajo, y ordena al portero que vele; velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos.  Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!» (Marcos 13, 33-37)


Comenzamos Adviento, tiempo de Esperanza. Por lo mismo, Jesús nos da la clave, el eslogan que debe animarnos: Velad.
La ausencia del dueño de la casa y su pronta llegada debe tenernos en vigilia activa.
Necesitamos cristianos despiertos, que sepan percibir las carencias de tanta gente y ponerse manos a la obra para solucionar.
Necesitamos cristianos fervorosos, que amen la oración, el diálogo constante con el Señor.
Necesitamos una Iglesia despierte, que no reaccione tarde sino que sea faro de luz en la noche ética que vivimos.

No sabemos en qué momento se nos va a manifestar Dios ni cómo lo hará: ignoráis cuando será el momento…Y por lo mismo hay que vivir en tensión permanente hacia el Reino. En una tensión cuyo fruto es la paz, el gozo y una fructífera actividad. Así lo han hecho los santos.

De hecho Jesús perfila una persona despierta, atenta, vigilante y activa como características propias de su seguidor. Alguien capaz de descubrir que si una vez Dios vino con rostro de niño, ahora sigue viniendo en lo cotidiano, en el goce y el dolor, la salud y la enfermedad, la riqueza y la pobreza…
Dios viene. Y ese es el motivo de gozo que nadie nos puede quitar.

UNA CLAVE DE LECTURA PARA LEER EL EVANGELIO: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo”. Creo que es fundamental acercarse a la lectura del evangelio con esa premisa: es Jesús que lo que dice, me lo dice a mí. No voy a la Biblia para saber algo que pasó hace miles de años. Voy porque hay un mensaje de plena actualidad, una Palabra de Dios para mi situación personal. Siempre.
Por eso, ante la palabra hay que preguntarse siempre dos cosas:
-      ¿Qué dice el texto?
-      ¿Qué me dice a mí?
Y a la respuesta de la segunda pregunta sólo queda serle fiel. Porque lo que dijo una vez Jesús, lo sigue diciendo. Y me lo dice a mí.


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