sábado, 13 de diciembre de 2014

EN MEDIO DE VOSOTROS ESTÁ


Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz.

Y este fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle: «¿Quién eres tú?» Él confesó, y no negó; confesó: «Yo no soy el Cristo.» Y le preguntaron: «¿Qué pues?; ¿Eres tú Elías?» Él dijo: «No lo soy».» - «¿Eres tú el profeta?» Respondió: «No.»
Entonces le dijeron: «¿Quién eres, pues, para que demos respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?» Dijo él: «Yo soy la voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Habían sido enviados por los fariseos.
Y le preguntaron: «¿Por qué, pues, bautizas, si no eres tú el Cristo ni Elías ni el profeta?» Juan les respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.» Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán, donde estaba Juan bautizando.  (Jn 1,6-8.19-28)

La grandeza de Juan es indiscutible en el evangelio. Pero todos los evangelistas dan sentido a esta grandeza: consiste en ser precursor, testimonio de la luz.
En ese sentido Juan es modelo de todo cristiano. No somos luz, somos testigos de la Luz.
Todos los testimonios de la época hablan del éxito que tuvo la predicación de Juan bautista. A Él iban gentes de campo y ciudad lo cual suscitó inquietud entre las autoridades religiosas que quisieron que Juan se definiera. Los enviados hacen a Juan preguntas descendentes, pues comienzan por la más temida: ¿eres el Cristo?
Cristo es la traducción griega de la palabra hebrea Mesías, que significa Ungido.  Las autoridades judías esperaban también la venida del Ungido de Yahvé pero parecen temerle; quizá nosotros también participamos alguna vez de ese “temer a Dios”…
Elías era el gran profeta del Antiguo Testamento; según el relato bíblico no murió sino que ascendió a las cielos. Y según la tradición, Elías volvería para anunciar la llegada inminente del Mesías. Así que si Juan no es el Mesías puede que sea su profeta…Pero también lo niega.
Finalmente como un reconocimiento implícito  a la grandeza de Juan los enviados preguntan si es, al menos, un profeta. Profeta es el enviado de Dios, algo que el evangelista ha comenzado afirmando:  Hubo un hombre, enviado por Dios…
Ante la tercera negativa le piden una definición más clara: ¿qué dices de ti mismo?

Juan hace una poética definición de su persona: voz que clama en el desierto…Pero ante la incomprensión que pone en tela de juicio su actividad de bautizar, nos da rotundo y claro el mensaje: en medio de vosotros está uno a quien no conocéis que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia.
Juan se hace esclavo de Jesús pues quitar las sandalias del señor era tare de esclavos. En la cúspide de su fama y su “éxito” Juan relativiza su persona, casi la esconde. La pondrá en su sitio el propio Jesús: entre los nacidos de mujer no hay nadie tan grande como Juan.
Quizá el mensaje de este domingo debería reducirse a la afirmación de que Jesús “está en medio de nosotros y no le conocemos”.
Llega la luz y podemos seguir ciegos. Dios ya está entre nosotros. ¿Lo reconocemos? Digamos con el ciego del evangelio: Señor, que vea…Señor que te vea.


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