viernes, 27 de noviembre de 2009





ESPERARÉ


Esperaré a que crezca el árbol
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera con mis hojas secas.
Esperaré a que brote el manantial
y me dé agua
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.

Esperaré a que apunte
la aurora y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios
Esperaré a que llegue
lo que no sé y me sorprenda
Pero vaciaré mi casa de todo lo enquistado.

Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza

(Benjamín González Buelta)

sábado, 21 de noviembre de 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

EL CLAMOR DE NAZARET (VI)
SEXTA PALABRA: RUTINA

La palabra rutina no nos gusta. La asociamos a aquellas cosas que parecen no requerir especial atención o creatividad. Pero lo cierto es que hemos ido creciendo en la forja de la rutina. Recordemos nuestra infancia, nuestra adolescencia y veremos cómo destacan recuerdos luminosos o tristes, sí, pero destacan en un mar de hechos sencillos que, seamos o no conscientes de ello, son los que nos han forjado.
La vida de Nazaret es, sin lugar a dudas, un nuevo génesis, una nueva creación. Con esa vida tan anodina se forja el Salvador. El relato de la Creación, en el libro del Génesis, es un maravilloso himno; hoy sabemos que la creación fue lenta, muy lenta y tuvo algo de invisibilidad; o quizá mucho. No obstante, desde el primer instante estuvo empapada de Luz como lo estuvo la vida de María y José
Qué bien lo percibieron los poetas:

“De una Virgen hermosa celos tiene el sol
Porque vio en sus brazos otro Sol mayor” (Lope de Vega)

Los científicos actuales reconocen no saber explicar casi nada y, mucho menos, la luz. De manera compleja hablan de un orden explicado y un orden implicado. Éste último sería el germen creativo de todo o en palabras de Swimme “un abismo que lo nutre todo”.
La vida pública de Jesús pertenece al orden explicado de la Salvación; mas la vida de Nazaret es el orden implicado, es el misterio insondable germen de esa nueva creación que aún se está expandiendo. Es el misterio que nutre a Jesús en todas su decisiones, en sus afectos, en su voluntad, en sus sentimientos. Es la escuela en la que ha aprendido, de una vez para siempre, que sólo es importante hacer la Voluntad de Dios. Jesús es la más maravillosa “creación” del Misterio de Nazaret. Y Él mismo exige, con su predicación, no ser el único.
En ese misterio nutriente de Nazaret no existe el tiempo tal como nosotros lo concebimos. Para Dios, canta el salmista “mil años en tu presencia son como un ayer que pasó” (ps 90) . Todo está ante Dios y por eso la espiritualidad de Nazaret se yergue sobre el “hoy”. Hoy es día de Creación, hoy es el tiempo de Salvación.
Podríamos poetizar la rutina porque Nazaret es pura rutina. Basta imaginar la vida de una familia normal y corriente que vive en un pueblo desdeñado por todos. En Nazaret no ocurre nada salvo alguna boda, un nacimiento, una muerte o alguna mala noticia que llega del mundo romano. Eso es lo explicado y explicable.
Pero la Santa Familia está recreando el mundo con una fuerza imparable mientras vive – qué tremenda para nosotros la palabra – sometida. A la Ley, a la obediencia…a la rutina. Recrean el mundo anclados en el hoy, fino conducto de tiempo que tiene sabor de eternidad.
El pueblo hebreo había aprendido a vivir pendiente del manná de cada día, había aprendido que sólo es cántico el cántico que se canta cada día. Jesús, en su vida adulta, enseñará a pedir el pan diario y prometerá al buen ladrón que es hoy que se entrega la Salvación. María y José habían reconocido el paso de Dios en sus vidas porque vivían naturalmente aquello que siglos más tarde un no-cristiano, Mahatma Ghandi, formularia:

“Si cuando metemos las manos en el agua para lavarnos o bañarnos, y cuando cocinamos la comida o la comemos, y cuando alineamos columnas de números en la contabilidad o trabajamos la tierra del campo o ejercemos cualquier otra profesión, y cuando hablamos y nos relacionamos con las demás personas en cualquier lugar, no realizamos exactamente la misma vida religiosa que si estuviéramos orando a Dios, el mundo humano jamás se salvará”.

Para la Sagrada Familia siempre fue tiempo de Salvación porque su rutina se elevó como el incienso de la tarde, como la oración más preciada.
Por eso, la rutina aparente de Nazaret es eso: sólo aparente. Para Jesús, José y María todo estaba transido de novedad divina porque Dios, grande y misterioso, requería cada día lo monótono, lo cotidiano de sus vidas para emerger y expandirse. La grandeza de los tres de Nazaret estriba en que supieron beber en su rutina hasta encontrar ese manantial que salta y da vida. Cuando Jesús, años más tarde, hable de dos mujeres que, haciendo lo mismo, merecen trato distinto pues una es tomada y otra dejada ( Mt 24,41) nos está explicando en qué consistió la santidad de Nazaret: santificar el tiempo que se nos da, escuchando los signos débiles de Dios. Sólo la gramática del amor nos permite semejante “milagro”. Sólo desde el amor captamos cómo Dios obra en mí, en el otro, en el mundo.
Para ello, José y María, debieron asumir, desde el principio, que Dios y ellos tenían ritmos distintos y acertaron a acompasar el suyo al de Dios, con lo cual su rutina – el taller, la casa...- se convirtió en la más maravillosa teofanía de Dios. Lo cotidiano amado, lo habitual transido de fe, los capacitó para lo extraordinario. Y Dios se manifestó en María y José, que tejieron día a día su vida sin aspavientos ni alborotos; sin entender mucho, la verdad, pero sobrecogidos de misterio. La rutina se hizo así “capaz de Dios” y el Verbo no pudo hallar cuna más cómoda para nacer.
Lo cotidiano está llamado, desde Nazaret, a ser transformado. A ser transfigurado. Y sólo si amamos nuestros ojos serán capaces de ver al Invisible en la visible sencillez que Dios nos haya asignado. .
Y Dios invadirá nuestra cotidianeidad, como invadió la de José y María, para permitir, casi jugando, que lo encontremos entre pucheros, en la oficina o en la cama de un hospital.
“Dichoso el que no se escandalice de mí” (Lc 7,28) dirá Jesús. Dichoso aquel a quien esa presencia arrolladora de Dios en la vida le basta y le sobra. Ya no es preciso esperar grandes revelaciones. Nazaret es la plenitud de los tiempos. Y esa plenitud nos la alcanza la Sagrada Familia, y en especial Jesús, al enseñarnos que nuestra cotidianeidad es tiempo de salvación.
Nazaret es el paradigma de lo que es el tiempo de Dios. Sólo si vamos a la escuela de Nazaret nos cambian los ojos, la mirada. Y lo ordinario se tiñe para siempre de un valor extraordinario.


domingo, 15 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DE REDENCIÓN

viernes, 13 de noviembre de 2009

SOBRE SAN JOSÉ

"...tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que ansí de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida del alma, este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí de cuerpo como de alma; que a otros santos parece le dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas..."
(Santa Teresa de Ávila)

martes, 3 de noviembre de 2009


EL CLAMOR DE NAZARET (V)

QUINTA PALABRA: CLARIVIDENCIA

La palabra de hoy es, a mi modo de ver, la suma de otras dos. No nos basta con mirar y a veces ya nos cuesta, pues vemos sin mirar, sin darnos cuenta de la realidad, propia y ajena. Tenemos ojos y no vemos…
Existe una novela reciente que ha causado gran impacto por lo que tiene de parábola de nuestro mundo. Se trata de “Ensayo sobre la ceguera” del gran escritor José Saramago. En ella se nos narra como un hombre que espera a que cambie el semáforo mientras se dirige al trabajo pierde repentinamente la vista. No se trata de que tenga una lesión sino de una epidemia que pronto va afectando a todos los ciudadanos. Todos tienen el sistema óptico saludable pero todos van perdiendo la vista con lo cual la ciudad degenera en muy poco tiempo: las basuras no se recogen, surgen enfermedades, las personas no cuidan su aspecto, se paraliza el transporte, no llegan los alimentos ni el combustible...Reina el caos. Sólo la mujer del médico, en esa ciudad afectada por lo que dan en llamar “la ceguera blanca” no se contamina y es la encargada de mantener la esperanza.
Tremenda la parábola con la que Saramago ha querido retratar un mundo que si está como está es porque, aún viendo, no vemos. El hambre, las guerras, la destrucción de la naturaleza, la falta de respeto a la vida ajena y tantas cosas más, sólo son consecuencia de no saber mirar.
A pesar de ello, hay que dar un paso más. Guardar todo en el corazón, pasarlo por el silencio y la reflexión. Contemplar. Sólo cuando el mirar va seguido de la contemplación – que pide silencio a los sentidos, sosiego al corazón…- nace la clarividencia. Bajo una mirada contemplativa todo es clarividente. Por ello la clarividencia es el sello de Nazaret

La Sagrada Familia es escuela de contemplación. El primer paso que nos enseñan los tres de Nazaret es que Dios nos mira y su mirada, llena de amor, nos engrandece y dignifica. Nos hace valiosos de una manera impensable:

“Ha mirado la humillación de su esclava; desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48)

La mirada de Dios “viste de hermosura” y ya el pueblo de Israel intuyó que esa mirada revestía de luz:

“Que sea nuestro estandarte la luz de tu mirada” (ps 4,7)

Mirarse, contemplarse absortos, es propio de los enamorados:

Me has robado el corazón, hermana y esposa mía
Me has robado el corazón con una sola mirada de tus ojos” (Cant 4,9)
Nazaret es el hogar que robó el corazón de Dios y por ello no aparta de él su mirada como ellos no cesan de contemplar maravillados la grandeza de Dios. Los tres caminan bajo la luz de su mirada y ello les enseña que Dios mira el mundo de manera muy distinta.
Como dice el teólogo Albert Nolan, Jesús vino a poner el mundo al derecho porque estaba “al revés”. Pero ya antes de Jesús, María nos habla de cómo es el mundo según Dios:
Dios mira a los pequeños, Dios dispersa a los hombres de corazón altivo, derriba a los poderosos, enaltece a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los que se creen ricos. Con lo cual es fácil concluir que nosotros tendemos a tener una mirada muy distinta a la de Dios. Cuando Jesús comience a predicar seguirá hablando de un mundo “al derecho”, que es el que Él ha vivido en su casa. Un mundo en el que Dios no guarda memoria del pecado, como en la parábola del hijo pródigo; un mundo en el que el publicano es justificado porque reza con humildad, en el que la mujer que ama mucho es perdonada y Zaqueo recibe la visita de Jesús. Todo lo que la sociedad judía daba por sentado es puesto en entredicho por Jesús. Él enseña que no hay que vengarse, que hay que hacer bien a los que nos odian, que ser pobre es una bendición de Dios, que debemos alegrarnos si hablan mal de nosotros, que la grandeza no va unida al poder, que hay que ser como niños, que no se debe condenar nunca la persona, que la ley es relativa, que el dolor no es malo y puede ser redentor…
Sólo quien es contemplativo puede abocar sobre el mundo un mensaje tan novedoso y revolucionario. Pero ¿qué es contemplar? Sencillamente, dejarse mirar y guardar en el corazón, aún sin entender, el Misterio fecundo de Dios. La contemplación está hecha de silencio y deseo; se comienza hablando con Dios para dejar pronto paso a la escucha; se dialoga y finalmente se establece el silencio, no solo de palabras, sino de todo el ser. “Nada se parece más a Dios que el silencio” (Maestro Eckarth) Uno se sabe mirado y amado tal como es. Y aprende que de esa misma manera hay que mirar a todas las personas: amándolas. Lo contrario es ceguedad, que es la imagen del pecado. El primer paso hacia la ceguera es muy simple: la distracción. Por ello la Iglesia reza “Accende lumen sensibus” ( ilumina nuestros sentidos); porque bajo la mirada de Dios todos nuestros sentidos son transformados y sabemos “ver aquello que no vemos porque las cosas que vemos pasan y las que no vemos perduran” (2 cor 4,18) .
Nazaret es escuela de mirada. Hay que llevar nuestros sentidos a Nazaret para que vean en el anonimato de José la gloria del Padre, en la humillación de María la inhabitación del Espíritu y en un bebé, el salvador del mundo. “Señor, que vea!” Esta es una de las peticiones más bellas que recoge el evangelio. Ver, contemplar con los ojos del corazón el paso de Dios por mi vida y la de los otros. Ver que en los otros, sean como sean, habita Dios con toda su fuerza. Ver un mundo herido que reclama nuestra acción. Ver con clarividencia porque “tenemos los ojos puestos en Jesús” (Hb 12,2) y Él rasga el velo que cubría nuestra mirada y la ilumina con su mirar.
Llevar nuestros sentidos a Nazaret hasta que “estando ya mi casa sosegada” podamos salir definitivamente de nosotros y ascender hacia la Luz.


lunes, 19 de octubre de 2009