viernes, 26 de octubre de 2012

EVANGELIO: EL CIEGO DE JERICÓ



La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y  mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.
Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirle. Está junto al camino por el que marcha él, pero está fuera. ¿No es esta nuestra  situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?
Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se  encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra  convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?
A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús  está su salvación: "Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.
Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración  humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia  cercana. Solo creemos en nosotros.
El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "Ánimo, levántate, que te llama". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en  una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.
El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y  se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que pueda ver". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".
Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia  nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos  apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndole de cerca.

CURARNOS DE LA CEGUERA

¿Qué podemos hacer cuando la fe se va apagando en nuestro corazón? ¿Es posible reaccionar? ¿Podemos salir de la indiferencia? Marcos narra la curación del ciego Bartimeo para animar a sus lectores a vivir un proceso que pueda cambiar sus vidas.

No es difícil reconocernos en la figura de Bartimeo. Vivimos a veces como «ciegos», sin ojos para mirar la vida como la miraba Jesús. «Sentados», instalados en una religión convencional, sin fuerza para seguir sus pasos. Descaminados, «al borde del camino» que lleva Jesús, sin tenerle como guía de nuestras comunidades cristianas.

¿Qué podemos hacer? A pesar de su ceguera, Bartimeo «se entera» de que, por su vida, está pasando Jesús. No puede dejar escapar la ocasión y comienza a gritar una y otra vez: «ten compasión de mí». Esto es siempre lo primero: abrirse a cualquier llamada o experiencia que nos invita a curar nuestra vida.

El ciego no sabe recitar oraciones hechas por otros. Sólo sabe gritar y pedir compasión porque se siente mal. Este grito humilde y sincero, repetido desde el fondo del corazón, puede ser para nosotros el comienzo de una vida nueva. Jesús no pasará de largo.

El ciego sigue en el suelo, lejos de Jesús, pero escucha atentamente lo que le dicen sus enviados: «¡Ánimo! Levántate. Te está llamando». Primero, se deja animar abriendo un pequeño resquicio a la esperanza. Luego, escucha la llamada a levantarse y reaccionar. Por último, ya no se siente solo: Jesús lo está llamando. Esto lo cambia todo.

Bartimeo da tres pasos que van a cambiar su vida. «Arroja el manto» porque le estorba para encontrarse con Jesús. Luego, aunque todavía se mueve entre tinieblas, «da un salto» decidido. De esta manera «se acerca» a Jesús. Es lo que necesitamos muchos de nosotros: liberarnos de ataduras que ahogan nuestra fe; tomar, por fin, una decisión sin dejarla para más tarde; y ponernos ante Jesús con confianza sencilla y nueva.

Cuando Jesús le pregunta qué quiere de él, el ciego no duda. Sabe muy bien lo que necesita: «Maestro, que pueda ver». Es lo más importante. Cuando uno comienza a ver las cosas de manera nueva, su vida se transforma. Cuando una comunidad recibe luz de Jesús, se convierte.
J.A. PAGOLA

domingo, 21 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (II)



EL HOGAR, PRIMER ESPACIO PARA EL MILAGRO DE DIOS 
 
Constato y no sé si se debe a nuestra naturaleza o por deformación o por simple pereza, que tendemos a ser reduccionistas.  Para la mayoría de los mortales la palabra “milagro” evoca una curación inexplicable o  un hecho prodigioso que rompe las leyes naturales. La palabra milagro viene del latín y significa “maravilla”. Y nosotros hemos decidido que sólo es maravilla aquello que siendo palpable – como lo es que un ciego vea de repente- no entendemos. Olvidamos así que vivimos inmersos en la maravilla de Dios, es más, que somos la gran maravilla, el gran milagro de Dios. Del mismo modo que no hablo de la luz y vivo inmersa en ella, del mismo modo que no hablo del oxígeno que me da vida, hablamos poco del milagro constante que nos habita y en el cual habitamos. En Él nos movemos y existimos, ese es el gran milagro.  El gran milagro está  “en casa”.
He saboreado, desde esta perspectiva, los milagros que Jesús hace en una casa. Lo podemos contemplar curando a un paralítico que es bajado desde el techo, resucitando a la hija de Jairo, curando a la suegra de Pedro…y es que el hogar es ámbito de restauración, de curación, de vida. En el hogar escucha María a los pies de Jesús, se sientan a la mesa, comparten y se convierten. Cuando Judas sale del cenáculo se constata que era “de noche” porque en el hogar, esa matriz afectiva que nos teje, siempre hay o debería haber, luz y calor.
Si en el hogar se realiza el milagro de Dios es porque el hogar es ámbito de Mensaje, de buena Noticia.  La Palabra de Dios, viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, es capaz de crear lumbreras de día y lumbreras de noche, de separar aguas y tierras, de poblar de animales ambos espacios. Es capaz de entrar en una humilde casa y anunciar a María cuál es su misión. Entonces el milagro se produce. Y toda casa, toda familia, está llamada a ser el eco de esa palabra divina que nos da identidad.
En casa, en la familia, percibimos el mensaje que me dice quién soy yo y mi valor infinito: en el hogar se percibe el mensaje que me da una fisonomía, una identidad espiritual. No hay hogar “mudo” pues todo hogar es, por definición, un microcosmos que relata el mundo a ese niño que en él crece. Y con ese relato somos enviados. Lo que se me ha relatado sobre mí en el hogar, sobre los otros y sobre Dios, configurará el sentido de mi vida.
Para captar el mensaje hace falta silencio, vida interior. Si el hogar es cuna de gracia, si se parece al de Nazaret se convierte en ámbito de crecimiento. De desarrollo moral. Un hogar es fuerza centrípeta porque tiene una profunda vida interna; y es fuerza centrífuga porque el hogar siempre nos envía al mundo, siempre nos da, una vez revelado nuestro ser interior, una misión.
Fijémonos en los tres Sagrados personajes: la casa de María es arrollada por la presencia del Mensajero divino, a José se le ordena llevar a su casa a María. Ahí crecerá Jesús pero a los doce años se queda voluntariamente en el Templo, que es también su hogar; hogar trinitario, aunque ese aspecto aún permanece oculto. Cuando desciende a Nazaret queda claro que todo hogar debe ser, al mismo tiempo, Templo. El hogar de Nazaret es “casa de oración”. Experiencia de trascendencia.  Cuando al niño no se le da esa posibilidad, el hogar se convierte en “cueva de ladrones”.
Cuando Jesús, en su vida adulta, llene el mundo de  parábolas  nos hablará de una casa construida sobre roca y se admirará del centurión que sabe que no es digno de recibirle en su hogar; pero hablará con Zaqueo el pecador público y le pedirá que lo reciba en casa. Y es en la intimidad del hogar donde explicará a los apóstoles el sentido de las parábolas.  Jesús se halla a gusto en las casas. Lleva en su alma el hogar de Nazaret porque la familia, cuando es familia, es siempre “la patria portátil”.
Nazaret es “el hogar en que Dios no sintió añoranza del Cielo” (Cecilia Cros). Y no sólo eso: Dios aprende en Nazaret todas las lecciones de humanidad. Por eso hay que ir a Nazaret. Allí mi corazón encuentra lo que desea. Allí se me revela mi nombre y mi misión.
El milagro se realiza en casa.  
 
EL HOGAR  O EL OCULTAMIENTO DE DIOS 
 
El ocultamiento como Proyecto de Dios. Francamente, parece de lo más tonto. Porque cuando uno tiene un proyecto busca promocionarlo, darlo a conocer, hacerlo público. Pero el proyecto de Dios pasa por el ocultamiento. ¿Por qué será que Dios ama lo oculto?
A lo largo de muchos textos bíblicos vemos referencias a lo escondido, a lo interior.
“Me esconderá en lo escondido de su tienda”, afirma el salmista para expresar su seguridad en Dios (Salmo 27,5); Dios ordena a Moisés esconderse en una hendidura de la roca para que no pudiera verle al pasar junto a él (Ex 33,22); Elías elige una cueva para esperar al Señor en el Horeb (1Re 19,9)  Hasta que llega la afirmación del profeta:
“Tú eres un Dios escondido” (Is 45, 15). Por eso con la intuición del alma enamorada la novia del Cantar de los Cantares pide a su Amado ser ocultada: ¡Ay, llévame contigo, sí, corriendo, a tu alcoba condúceme, rey mío...! (Cant 1, 4) y afirma después: “Me introdujo en su bodega...” (Cant 2,4). Ella misma es para él “jardín cerrado y fuente sellada”  (Cant 4, 12).
Finalmente, Dios pide entrar en nuestra más profunda interioridad: "Mira que estoy a la puerta llamando: si uno me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos" (Apoc 3,20).
Decimos que Dios ha querido “ocultarse” en un hogar. Pero quizá lo estamos valorando desde nuestro prisma y esa afirmación es la primera que se nos ocurre al ver que Dios  no se manifiesta en el Templo de Jerusalén o en lugares “específicamente sagrados”. Si miramos más a fondo podemos descubrir que no  es que Dios se oculte, sino que con su presencia hace luminosa la grandeza de toda familia. Que Dios se haya hecho familia es todo el comentario que la familia merece. Nada de lo que podamos decir supera la acción divina: quiso ser familia.
Y desde que Dios es familia no existe otro referente para el ser humano que la familia de Nazaret.

jueves, 18 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (I)




DE LA TIENDA AL HOGAR 

Para adentrarnos más en el Misterio de Nazaret creo que es indispensable echar la vista atrás y ver cómo en el Antiguo Testamento se nos habla en numerosas ocasiones de la Tienda del Encuentro. Porque la Encarnación del Hijo de Dios supone pasar de vivir en una Tienda a vivir en un Hogar. La diferencia es abismal.

El pueblo peregrino que lidera Moisés encuentra la presencia de Dios en una tienda que recibe el precioso nombre de “Tienda del Encuentro”. En cada etapa de su peregrinar Moisés planta la Tienda de Dios y todo aquel que desea encontrarse con él va a la Tienda. La Tienda, no obstante, y creo muy significativo el dato, se plantaba siempre “fuera del campamento” (Ex 33,7)

En los momentos en que la presencia de Dios se hace epifánica la Nube se posa sobre la Tienda. (Ex 40,34). La Tienda del Encuentro va siempre con Israel; cuando David, que habita en palacio, siente remordimientos por vivir bajo techo mientras Yahvé  vive en una Tienda y piensa en construirle una casa digna, recibe la visita del profeta Natán en la que se le dice que Dios no desea otra morada que la Tienda. Pero en el precioso mensaje que luego se convierte en diálogo, Yahvé le dice a su siervo David que no es él quien tiene que construirle una casa sino que Él mismo se la construirá y que lo hará a través de su estirpe. Nacerá alguien de su linaje al cual Yahvé será Padre y él será Hijo. (1 Cr 17).  A muchos siglos de distancia se repite, en cierto modo,  la escena en la cual Yahvé hizo salir a Abraham de su tienda para mostrarle un inmenso cielo cuajado de estrellas, signo de su descendencia.

Porque no es en la Tienda sino en el Hogar.

La Tienda significa provisionalidad, el Hogar permanencia.

La Tienda se plantaba fuera del campamento, el Hogar está en medio del pueblo.

La Tienda fue construida por los hombres, el Hogar fue tejido por Dios.

Sobre la Tienda se posaba la Nube, en el Hogar vivía la Nube. 

Yahvé no admite Hogar pues éste es el ámbito del Hijo.  Y es que el Hogar es siempre, filiación.  

Y VINO A LOS SUYOS… 

Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios quiso crecer en un hogar.  Resulta conmovedor que cuando la Sagrada Familia va a Belén y se cumplen los días para dar a luz no halle sitio en el hostal. Dios no quiere un espacio que, de nuevo, significa provisionalidad. Pero vayamos antes a sus padres.

Sabemos que el ángel Gabriel “entró en casa de ella” para cambiar el curso de la humanidad. Y José la recibió en su casa para ser el cauce del torrente divino que, a través de María, llegaba a todos los hombres. A partir de ahí formarían un hogar único pues en él crecería Dios en humanidad y ellos iban a ser la forja. Si Manyanet  nos envía continuamente al hogar de Nazaret no es tanto porque éste sea un hogar modélico que podamos imitar o porque sea el ámbito donde aprendemos – que también- sólidas virtudes. Nos envía allí porque sólo allí se vive en el Espíritu. En efecto, sabemos que María está poseída por Él, que José es justo, es decir, santo, hombre de Espíritu, y que Jesús se encarna por obra del Espíritu y vive de Él y por Él.

La vida interior no es otra cosa que vivir en el Espíritu y el hogar de Nazaret es su morada. Allí se nos da la Filiación, la vida esponsal – alianza definitiva- y la misteriosa paternidad. Vivir en Nazaret es descubrir que somos llamados a vivir como hijos de Dios pero también a engendrarlo y custodiarlo, como hicieron María y José.

Vivir como hijos. Vivir día a día la Alianza de Dios con nosotros.  Engendrar vida. Custodiar a Dios y “hacerlo crecer”. He aquí el programa del hogar de  Nazaret.

lunes, 15 de octubre de 2012

EL CINCEL DE DIOS

 
Considero que es un auténtico don de Dios saber hablar de las cosas más importantes...con humor. Disfrutenlo.

lunes, 8 de octubre de 2012

Tenemos Wifi en el alma



TENEMOS WIFI EN EL ALMA
El chiste gráfico me hizo sonreír, me cautivó de entrada. Y lo sé porque como todo lo que nos gusta siguió operativo en mi interior. Hasta que me pregunté: mi relación con el Señor ¿es con wifi?
La wifi, qué duda cabe, es un gran invento. Leo que el nombre es inventado, se buscó algo que no respondiera a siglas difíciles de retener. La misma agilidad que daba el producto debía reflejarse en el nombre. Todos sabemos que la wifi es un sistema de conexión inalámbrica que se ha convertido ya en el más usado.
Los cables, ese engorro con el que batallo día a día, acabarán por desaparecer (Espero).
Me pregunto si voy por la vida captando mensajes sin fin, abierta a recibir la conexión de Dios y a mandarle mensajes. Suelo captar los suyos más elementales: la naturaleza, las personas…su Palabra…pero dudo que mi alma tenga “fibra óptica” aunque a eso aspiro…
 Me pregunto si estoy suspendida en su aire y veo las ondas que me permiten vivir en diálogo interior continuo. Porque si no es así quiere decir que mi vida no se sustenta en Él sino en cables, agarraderos sencillos que me dan “seguridad”. Pero seguridad falsa.
En la viñeta hay un tipo de pájaros que se agarran al cable para no caer. Otro se mantiene libre con pinta de estar hablando con alguien. Me gustaría ir por la vida con la wifi divina.
¿Problema eterno de toda wifi? . La seguridad.
Pero hay que aceptarlo: el evangelio – la red inalámbrica- nos dice que eso ya terminó. Que con Jesús hay de todo…menos seguridades.

sábado, 18 de agosto de 2012

La Óptica de Nazaret



LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS (II)

Todos los evangelistas citan Nazaret. Ello indica que el hecho de que la Encarnación del Hijo de Dios tuviera lugar en Nazaret va a constituir para siempre la piedra angular sobre la que se asentará el mensaje de Jesús. Nazaret es la óptica desde la cual Dios aprende a ser persona.
Hoy por primera vez se reivindica no una Iglesia nacida en Jerusalén sino una Iglesia nazarena[1]. Nazaret lleva el sello de la autenticidad, de una autenticidad que hoy se precisa más que nunca. Aunque todos los evangelistas citen Nazaret es Lucas quien, alejándose precisamente de este pueblo santo, como aquel que se aleja de un cuadro precioso para lograr la perspectiva adecuada, nos da la clave de lo que se vive y se hace en Nazaret: “estar en las cosas del Padre” (Lc 2,49). En la escena, que tiene lugar en Jerusalén, Lucas condensa la espiritualidad de Jesús, María y José, la espiritualidad no tan sólo de todo cristiano sino de todo creyente: estar en las cosas del Padre. Y si bien la escena transcurre en la Ciudad Santa, constituye un programa de vida el hecho de que Jesús, tras dejar clara su misión, de la que ya ha tomado plena consciencia, no permanezca en el Templo dedicado a  escudriñar las Escrituras: con la misión de estar en las cosas del Padre, regresa a Nazaret. Allí escudriñará la presencia de Abbá Dios en todas las cosas, en todos los hechos, en todas las personas. La santidad de Dios no necesita Templo porque el mundo es Templo de Dios.
Los verbos que utiliza el evangelista para indicar el regreso de Jesús a su aldea natal son programáticos: descendió, bajó a Nazaret. Y allí les estaba (a José y María) “sometido”. Víctor Codina dice en su precioso libro que “si queremos hallar a Jesús, hemos de ir a Nazaret; si la Iglesia quiere ser fiel a Jesús, ha de ser una Iglesia nazarena, no davídica; y puesto que el mundo de los pobres entre los que se encarnó Jesús en Nazaret tiene una especial densidad humana y teológica para comprender la Palabra de Dios, la misma teología ha de ser nazarena”[2]
Tenía que ser una voz autorizada en el campo de la teología la que  señalara que vivir en Nazaret, ir a Nazaret espiritualmente, no es un gesto devocional sino un gesto teológico. Es más, es el gesto que nos hace cristianos porque sólo sumergiéndonos en la atmósfera de Nazaret podemos vislumbrar el Misterio de la Encarnación, el Misterio de la Redención. Y podemos aprender el estilo de quienes hicieron posible el milagro para continuar haciéndolo pues la encarnación sigue realizándose hoy.
No obstante, me gustaría subrayar que si hoy ya hay teólogos que citan Nazaret como ámbito teológico –y no sólo geográfico-ello se debe a que muchos fieles y bastantes santos, entre ellos Manyanet, han tenido la intuición, el sensus fidei, de clavar su mirada en Nazaret para poder seguir a Jesús desde la autenticidad.
La óptica de Nazaret, la mirada de María, José y Jesús es “estar en las cosas del Padre”. La centralización del Padre en mi vida nos permite conocerlo en su grandeza y alegrarnos en ella, gozarnos al ver como derriba a los soberbios y enaltece a los insignificantes; nos permite vernos como somos, pequeños en los que el Padre obra maravillas, y ver el mundo en su realidad de auxiliados por pura misericordia.
Pero desengañémonos: Nazaret es muy duro. Borremos de nuestra mente y de nuestro corazón esa casa idílica que han pintado algunos artistas donde José trabaja mirando a María, que no se cansa de coser, y el Niño juega haciendo crucecitas. Si nos apuntamos a vivir en Nazaret para mejor conocerle, amarle y seguirle nos apuntamos al anonimato, a la insignificancia, a la irrelevancia social; optamos por ser nadie y eso significa crucificar un día sí y otro también nuestro inflado ego, nuestro deseo de protagonismo, de aplauso, de éxito. Por eso estoy convencida que Nazaret es la patria de los pobres, de aquellos que ya han nacido en la marginalidad y tienen el instinto de ocultarse. No sé si nos hemos fijado en que hay un tipo de personas que tienden a ocultarse de la misma manera que otros se desesperan por aparecer en pantalla. La gente sencilla que se halla, por ejemplo, en una fiesta de cierta importancia tiende a callar convencida de que quizá se expresará mal o de que no tiene nada importante que decir; tiende a pasar desapercibida porque quizá no va bien vestida; tiende a servir sin esperar ser servido porque parece que lo natural es eso, que han nacido para servir; y se avergüenzan cuando les sirven porque no les parece natural.  Si queremos incardinarnos teológicamente en el misterio de Redención hay que ir aprendiendo sencillez, anonimato, olvido, ninguneo. Eso es estar “sometido”, una palabra que hoy suena tan mal, hoy que vivimos en el mundo de la plena realización humana, de la libertad y autonomía, que muchas biblias han suavizado o eliminado.
Esos pobres niños ricos de Rusia no viven “sometidos”. Y, paradójicamente, ello les niega la posibilidad de ser personas libres. Ese es el misterio de Nazaret: someterse a Dios es la única puerta de la libertad y Jesús ha venido a enseñarnos el camino.
Un camino que pasa por su casa. Por Nazaret. La única mirada que, al humanizarnos, nos permite tocar con los dedos la divinidad.  


[1] El teólogo Víctor Codina ha escrito un interesante estudio que titula “Una Iglesia nazarena. Teología desde los insignificantes” Sal terrae. Col. Presencia Teológica. Madrid 2010
[2] Ibídem pag 15

miércoles, 15 de agosto de 2012


LA ÓPTICA DE NAZARET O LA GRACIA DE VER EL MUNDO COMO LO VE DIOS  (II)

Leí un día un reportaje sobre los nuevos niños ricos de Rusia. Son hijos de multimillonarios que desde que han nacido lo tienen todo: colecciones de armas a su alcance, los mejores modistos, viajes… Están acostumbrados a la opulencia. Y desde ella, la fotógrafa –profesional de excelente prestigio- que hacía el reportaje era para unos simplemente una persona “a su servicio”, a la que exigían la mejor foto o los más tontos caprichos, mientras para otros era una molestia impuesta por sus padres, alguien a quien aguantar durante unas horas, un paréntesis entre el último juego de su sofisticado ordenador o su paseo a caballo. Leyendo el reportaje fui sintiendo una pena infinita por estos niños nacidos en una óptica tan falsa que les llevaba a ver la realidad de una manera totalmente distorsionada, ridícula y absurda donde ellos, pequeños de ocho, diez, doce años, se creían muy superiores a la excelente periodista que hacía el reportaje. Estoy convencida que, sin la ayuda de la Gracia, estos niños nunca verán la realidad tal como es.
Y por contraste pasé a pensar en Jesús que al nacer se situó en la óptica de Nazaret. Viendo al Jesús adulto, libre, capaz de seducir a las masas porque sabe hablar al corazón de las personas, que convence porque vive aquello que predica, viéndole capaz de enfrentar valientemente la persecución, el dolor, la muerte. Viendo pues, a Jesús tan libre y señor de sí mismo y con que infinita delicadeza valora la persona sin mirar si es rica o prostituta, pecador público o mujer, pobre o fariseo, llegué a la conclusión que sólo si reeducamos nuestra mirada en Nazaret veremos el mundo tal como lo ve Dios.
Jesús niño y adolescente, joven y adulto aprende en Nazaret el valor del trabajo, el amor a la naturaleza, la vida callada, el lento germinar del trigo y la bondad del Padre que llueve sobre justos e injustos. En Nazaret aprende que los pobres sólo pueden fiarse de Dios y esa es su gran riqueza; por eso, Nazaret se convertirá en la primera de sus bienaventuranzas. Desde la óptica de Nazaret, donde se come para vivir, un banquete es siempre fiesta, abundancia inusual; por eso, Nazaret se convierte en preludio de la eucaristía, porque Jesús ha aprendido a amar la fiesta, la mesa compartida. En Nazaret se sufre como sufre la gente sencilla, sin aspavientos ni dramas, cargando la cruz con pasmosa naturalidad; por eso, Nazaret es para Jesús aprendizaje de fortaleza, justa medida de la vida en su aspecto negativo de cruz y dolor. Un dolor que es intrínseco a la condición humana. Un dolor que Él no viene a suprimir sino a redimir.
Pero Nazaret forja, sobre todo, la riqueza humana de Jesús, su fina psicología, su sentido del humor, su ira ante la injusticia, su capacidad de observar y valorar lo pequeño, su rica interioridad. La personalidad humana de Jesús ha sido muy estudiada por creyentes y no creyentes y cuantos a ella se han acercado han coincidido en remarcar el enorme equilibrio de su naturaleza, su capacidad afectiva y efectiva que lo convierten, humanamente hablando, en uno de los líderes de la historia más importante. No escribió nada y sus palabras aún perduran. Fue perseguido y ajusticiado y somos millones los que le seguimos. Este hombre libre se forjó, como persona, en la humildad de Nazaret, muy lejos de la óptica en la que se educan esos niños ricos a los que aludo al principio.