martes, 14 de julio de 2009

ACTITUDES DE NAZARET (último)

Séptima actitud: la fecundidad

María virgen es, por pura gracia, madre fecunda. Dicen los sabios que Dios podía sólo encarnarse en una virgen. Si virgen significa no habitada, cierto. María no está más que habitada por Dios y para que Dios quepa en el hombre, el hombre tiene que tender a la nada. Al desasimiento. Todo es nada. Vaciarse es tarea de toda una vida. Y, desde luego, no es fácil. Cuando has tirado un cacharro viejo por la ventana, se ha colado un gato por la puerta. Vaciarse es la actividad más constante de Nazaret. Nazaret es escuela de humanidad y la humanidad pasa por la soledad. Soledad que duele, soledad que chilla. Soledad, sobre todo, que espera.
Una madre espera nueve meses la llegada del hijo. Sin espera no hay fecundidad y la espera requiere paciencia, abandono, confianza. No sabemos lo que crece en nuestro interior, no sabemos cómo nos hará germinar Dios. Posiblemente, como no esperamos. Pero si dejamos que su Sombra nos cubra, que el sol se oscurezca sobre nosotros, brotaremos.

Octava actitud: la santidad

La santidad no es la culminación, el logro final de una vida; no es equiparable a un diploma o una meta conseguida. La santidad es la sal cotidiana que sazona la comida ordinaria y la hace agradable al paladar. Ser santos es, en Nazaret, el estilo de familia: Dios es santo y lo es José y lo es María y lo es el Niño; ser santos es el sello genético que llevamos en nuestro ADN.
¿Y cómo ser santos? Los santos son personas luminosas, personas transfiguradas.
José educa a Jesús para enseñarle a ser hombre. De su mano, tanto como de la de María, aprende a ser tan humano, este Dios niño, que luego esa será toda su lección: cómo debemos ser, cómo debemos amarnos...Dice la liturgia que Dios se hizo hombre para enseñar al hombre a ser Dios. Pero ya Pablo VI lo corrigió: pero antes, para enseñarnos a ser personas. Ser lo que somos. Esa es la santidad que se nos pide.

NAZARET, DIOS CON NOSOTROS.

Todas estas actitudes – y otras muchas – son posibles porque Él está con nosotros. Ese es el misterio que Nazaret – no la vida pública, no las parábolas, no los milagros, ni siquiera la cruz y resurrección – revela. Dios anda por nuestras calles, es uno de nosotros, nuestro vecino. Es el que me pide hospedaje, el que me enseña a reír, a mirar. Es el que tiene hambre, se cansa y llora. Dios es como yo. Era más fácil que Dios encajara en mi medida que yo en la suya. Pero desde que Él encajó en la mía, mi medida es ya la medida de la Gloria.

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