miércoles, 31 de octubre de 2012

EL HOGAR DE NAZARET (y III)




                                    EN EL HOGAR DIOS SE “MUJERIZA” 

Si nos trasladamos a  la época de Jesús no podemos poner en duda que María fue, como toda mujer de su tiempo, el puntal de aquella familia. Por lo menos, el puntal visible porque es obvio que José, desde el anonimato, fue fiel a la misión de custodio que había recibido de lo alto.

No cabe duda de que María influyó en Jesús como pretende hacerlo toda madre. De hecho educar es la voluntad de influir, de forjar. Ella le enseñó a hablar, caminar, rezar…Ella le dio una mirada positiva sobre sí mismo, sobre el mundo y, muy especialmente, sobre Dios.

Pero María dio también a Jesús una mirada distinta a la que tenían los muchachos de aquella época. Creo que gracias a la profunda admiración que Jesús niño, joven y adulto, sintió por su madre, tuvo una mirada sobre la mujer en general que no poseían otros hombres. Jesús adulto es capaz de comprender a la mujer en todas sus facetas: la del miedo ante el parto (Jn 16,21), la de su capacidad de sufrir e interceder por otros incluso en hechos que parecen triviales,  como ve hacer a su madre en Caná (Jn 2,1ss), la de la dispersión afectiva que tan bien se refleja en la samaritana (Jn 4) la del miedo e impotencia para cambiar las cosas en un mundo gobernado por hombres (Jn 8)sus celotipias (Lc 10,40), su capacidad para la ternura (Jn 12) su fortaleza interna y su capacidad de olvido de sí misma ante el dolor ajeno (Jn 19,25-27) y muchos otros aspectos que nos llevan a concluir que Jesús, que no se casó, sintió una profunda admiración por la mujer. Tanto que comenzó a ver al Padre bajo el manto de ternura femenina, que comenzó a conocerlo Madre y no dudó en hacerlo, en sus parábolas, absolutamente femenino.

 De hecho, el relato maravilloso del  hijo pródigo no necesita la figura de la madre porque el “padre” ha ocupado su lugar, se ha mujerizado. Espera contra toda esperanza, como saben hacerlo las madres, el regreso del pequeño y cuando lo ve venir no se comporta como un padre herido sino como una madre que no puede esperar a abrazar al hijo que tanto le ha disgustado. Y con detalle y mimo es un padre-madre que se percata de los celos del mayor y sale a buscarlo, a hablar con él…

Jesús no duda en mujerizar al Padre y nos habla de la mujer que busca una dracma perdida, de la mujer que amasa pan, de la que enciende una lámpara…El último acto libre de Jesús es un gesto absolutamente femenino porque, en ausencia de esclavos, era la mujer quien lavaba los pies.  

En Nazaret hay un salto imperceptible pero muy importante. Nazaret supone pasar de ser  pueblo a ser familia. Un pueblo necesita un líder, un guía. Una familia necesita una madre (o alguien que sepa dar lo que ella daría). Por eso Jesús en la cruz no nos deja un sucesor suyo – el que había nombrado estaba escondido- sino una madre. Pese a que seguimos hablando de la Iglesia como pueblo de Dios me parece obvio que Jesús, que disfrutó de su familia y no formó una familia humana de la que tener hijos, no puede dejar de crear una familia. Y al frente de ella pone a María.

Siempre me ha resultado sorprendente la enorme devoción que manifiesta y promueve la jerarquía eclesiástica. Pienso que algo falla en su autenticidad porque al mismo tiempo aleja de su seno a cualquier mujer; basta ver las tareas que los párrocos suelen encomendar a las feligresas…

Hace años se suscitó una cierta polémica al recordar que según no sé qué canon la mujer no puede poner el pie en el presbiterio. En un pueblo las mujeres se quedaron aquel día más tiempo del habitual en la Iglesia y el párroco acabó por encargar a la feligresa de turno que cerrara. Y se fue. En ese momento las mujeres aprovecharon para bajar la imagen de María del presbiterio y dejarla en el centro de la iglesia con un cartel: “Ella también fue mujer”. 

Ojalá que también nuestra Iglesia se mujerizara…Y que como auténtica familia viviéramos unidos por un mismo pensar, un mismo sentir, un mismo actuar. Ojalá que todos experimentáramos la Iglesia como ámbito de crecimiento, de respeto y confianza, de perdón e intimidad, de servicio y reconocimiento del otro. De alegría.

Nazaret es casa encendida, hogar habitado que me espera. Paradigma de la Iglesia que necesitamos.
 

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