El Patrocinio de san José sobre la
Iglesia y los Papas
En 1870, en
unos momentos especialmente difíciles para la Iglesia y por petición expresa de
los Padres del Concilio Vaticano I, el Papa Pío IX proclamó a san José Patrono de la Iglesia universal. El Papa Francisco tiene una especial
devoción al Custodio de la Sagrada Familia, en cuya solemnidad, hoy, celebrará
la Misa de inicio de su pontificado.
San José, cuida de la Iglesia.
Por Teófanes Egido director del
Centro Josefino Español
La misión de san José en la Iglesia tardó en ser
reconocida oficialmente. Y, si bien es cierto que tarde, el reconocimiento
eclesial de san José llegó de forma estupenda con la proclamación solemne de su
patrocinio sobre la Iglesia universal. La verdad es que la concesión del título
singular y expresivo se debió sobre todo a un Papa y a las circunstancias tan
especiales, casi trágicas, de la Iglesia por aquel año de 1870. El Papa,
ferviente devoto de san José, era Pío IX; y el momento eclesial, uno de los más
críticos de su historia: justamente en el segundo semestre del año, el Concilio
Vaticano I tenía que ser aplazado para no reanudarse ya. Y es que, por avatares
de la guerra entre Francia y Prusia, y por el proceso de la unidad de Italia,
el Papa se había quedado sin dominios territoriales, sin su mermado ejército,
sin la Urbe y, como decía él mismo, prisionero en el mermado reducto
romano.
En aquel clima de temores y de miedos apocalípticos,
Pío IX se hizo eco de las peticiones de los fieles, de las elevadas por los
Padres conciliares, y, justamente en la fiesta
de la Inmaculada de 1870, declaró a san José Patrono y abogado de la
Iglesia, para que cuidara de ella, en aquellos tristísimos tiempos, como
cuidó de su familia de Nazaret, verdadera y primera Iglesia naciente.
La decisión pontificia tuvo efectos inmediatos y
permanentes. Comenzaron a abundar
Congregaciones religiosas llamadas de san José y de la Sagrada Familia;
fueron más frecuentes aún los nombres de
José impuestos en los bautismos; se dedicaron al santo cofradías, asociaciones, parroquias e iglesias; se escribieron
libros de alta teología y de piadosa devoción en un movimiento creciente hasta
el Concilio Vaticano II.
Los Papas, todos, manifestaron su devoción con gestos
eclesiales. León XIII, en la fiesta
de la Asunción de 1889, publicaría la primera (y única hasta ahora) encíclica
josefina, la Quamquam pluries,
con la oración más popular: A vos, bienaventurado san José, y con clara
intención social, al igual que la autorización de la fiesta de la Sagrada Familia. Pío
XII, también con sentido social, instituyó la fiesta de San José Obrero en 1955.
Juan XXIII no sólo incluyó el nombre de san
José en la misa (en el Canon, en 1962), sino que también se atrevió a declarar
al santo como Patrono del Concilio. Lo hacía poco antes de su inauguración en
un documento cálido y, con palabras sencillas y profundas a la vez, lo llamaba
«cabeza augusta de la Familia de Nazaret y protector de la Santa Iglesia». Y
oraba: ¡Oh, san José, invocado y venerado como protector del Concilio
Ecuménico Vaticano II!
En el centenario de la encíclica de León XIII, Juan Pablo II publicaba, en agosto de
1989, su Exhortación apostólica Redemptoris custos -Custodio
del Redentor-. Es, indudablemente, el documento pontificio más
extenso y más profundo, rebosante de Evangelio, de teología, de sensibilidad, en
el que se expone la misión de san José en la Iglesia en consonancia con la que
tuvo como cuidador de Jesús.
En cuanto a la dedicación de templos al protector de
la Iglesia como efecto inmediato de la proclamación de su patrocinio, el más
hermoso de todos ellos quizá sea el de Antonio Gaudí a la Sagrada Familia. En noviembre de 2010, Benedicto XVI lo
consagraba en persona en unas jornadas inolvidables. Y confesaba que «la
alegría que siento de poder presidir esta ceremonia se ha visto incrementada
cuando he sabido que este templo, desde sus orígenes, ha estado muy vinculado a
la figura de san José. Me ha conmovido especialmente la seguridad con la que
Gaudí, ante las innumerables dificultades que tuvo que afrontar, exclamaba
lleno de confianza en la divina Providencia: San José acabará el templo».
En estos días, la Iglesia ha vivido la situación
singular de un Cónclave celebrado no por la muerte del Papa, sino por la
renuncia de este gran devoto de san José: Benedicto XVI. Es seguro que la
mirada buena del protector cuidará también del nuevo Papa Francisco.
El Papa Francisco tiene gran devoción por san José.
Que los Laicos de Nazaret vivamos hoy con gozo su fiesta.
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