Leo en un libro una expresión que
me ha gustado particularmente. Dios tiene “bendiciones disfrazadas”, nos regala de vez en cuando su
bendición de forma oculta, sin dejar ver, a primera vista, que lo que recibimos
es un don, una auténtica bendición. La bendición directa, aquella feliz oportunidad,
aquella persona que nos quiere, aquella gracia personal no requiere de nosotros
gran actividad interna. Se acoge y, por supuesto, se agradece.
Pero a veces Dios envía
bendiciones disfrazadas, dones que no parecen dones, regalos que no sólo no
valoro de entrada sino que me disgustan. Y los cojo porque la vida no siempre
me da opción de escoger. Las bendiciones disfrazadas pueden ser, muchas veces,
dolorosas.
Tengo unos amigos que, hace años,
tuvieron trillizas; una de ellas con serias discapacidades psíquicas. Aquella
niña que fue recibida con mucho dolor, pero también con muchísimo amor, fue una
bendición disfrazada. La familia se unió en torno a ella y germinaron muchas
virtudes (la valoración de cada pequeño logro, la aceptación de la dificultad,
la fortaleza…) que han sido una auténtica bendición para todos.
Conozco una abuela que tiene
alzheimer; ahora apenas conoce pero ha dejado a su familia una herencia
fabulosa: la aceptación, incluso con una chispa de humor, de la enfermedad.
A veces una bendición disfrazada puede ser un recodo en el camino, palabra
que el diccionario define como un “ángulo o revuelta que forman las calles,
caminos, ríos, etc., torciendo notablemente la dirección que traían” .Es un
momento en que se pierde de vista el norte y se hace preciso caminar a oscuras.
O momentos en que las situaciones que se viven, ponen en tela de juicio todo lo que hasta
ahora parecía válido y es preciso mantener la vela encendida porque el sol no
funciona. Podemos vivir como un auténtico choque emocional lo que puede ser bendición disfrazada…
No siempre son tan dolorosas las
bendiciones disfrazadas. A veces un choque entre personas supone el nacimiento
de una auténtica amistad; una divergencia de pareceres resulta ser un
enriquecimiento; una pequeña contrariedad saca a la luz lo mejor de uno mismo;
una decepción o un fracaso nos hacen buscar otras soluciones que, a la larga,
resultan mucho mejores que las que inicialmente deseábamos. Un traslado de
ciudad a ciudad puede resultar doloroso pero puede ser también una oportunidad.
Y hasta ese novio o esa novia que te deja puede ser una bendición disfrazada
porque te ahorra futuros y quizá irreparables disgustos.
Dios quiere hacernos jugar. Como
madre amorosa nunca nos va a dar nada
malo. Como mucho, un jarabe que sabe mal pero que sana. Y cuando permite, sólo
permite, que el mal llegue a nuestras vidas, Él se las apaña para colarse por
una rendija y nos da la oportunidad de descubrir la bendición disfrazada.
La próxima vez que algo que no te
guste llame a tu puerta, sal a recibirlo sabiendo que ahí va una “bendición
disfrazada”. Descúbrela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario