Tienen intuición, nadie lo puede
negar. Los pobres no suelen colocarse en las puertas de los bares ni en las
entradas de los centros comerciales. Suelen sentarse, desde tiempos
inmemoriales, en las entradas de las iglesias. Es una manera clara de decirnos que
lo que se vive dentro, lo que se proclama, lo que se cree, les debe llegar a
ellos. Saben, sin saber, que un centro comercial no cambia el corazón pero la
fe celebrada y profesada debe hacerlo.
A menudo me incomoda tener que
pasar ante el pobre de la puerta de la iglesia. Pero como dice Gustavo
Gutiérrez “extra pauperes nulla salus”: lejos de los pobres no hay salvación.
Antes se afirmaba esto de la iglesia y de hecho Gustavo Gutiérrez parafrasea la
afirmación preconciliar “extra eclessia nulla salus”, fuera de la Iglesia, no
hay salvación.
Aunque me incomode a veces, me
gusta que los pobres escojan la puerta de la iglesia. Ellos son el termómetro de nuestra fe. Que sólo podremos decir que
vivimos el evangelio si alargamos la mano a los débiles. Para llegar a Dios, hay
que pasar por el hermano necesitado. Porque “cualquier
cosa que hicierais a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario