Dijeron los apóstoles al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor dijo: «Si tuvierais una fe como un
grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: `Arráncate y plántate en el
mar', y os habría obedecido.»
«¿Quién de vosotros que tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando
regresa del campo, le dice: `Pasa al momento y ponte a la mesa?' ¿No le dirá más bien: `Prepárame algo para
cenar, y cíñete para servirme y luego que yo haya comido y bebido comerás y beberás
tú?' ¿Acaso tiene que dar las gracias al
siervo porque hizo lo que le mandaron?
De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os mandaron,
decid: No somos más que unos pobres siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos
que hacer.» Lc 17,5-10
AUMÉNTANOS LA FE.
La fe como
la libertad, no es un legado estático o una tierra conquistada. No se tiene fe
sino se acrecienta, sino crece continuamente. Los apóstoles han ido escuchando
en el camino de Jerusalén qué pretende Jesús de sus seguidores: que perdonen,
que compartan bienes, que tengan corazón de hermano y vivan como hijos…y han
llegado a la conclusión de que hace falta fe para poder responder a ese perfil
cristiano. Con acierto se dirigen al
único que puede satisfacer su necesidad de crecer en la fe.
Pregúntate: ¿Vivo, básicamente,
con la fe recibida de mis padres o puedo decir que ha habido un crecimiento
específico, de manera que, a partir de la fe que me han transmitido, he
personalizado y encontrado mi propia manera de creer? ¿he vivido el proceso de
desechar algunas cosas que nada tenían que ver con la fe pero que las había
recibido con ella? (formas, devociones que nada me aportan etc)
El proceso de crecimiento se
hace, principalmente, en el silencio y anonimato. Ahora mismo todo el universo
está creciendo sin que yo lo note. Y esta noche, mientras dormía, todo crecía.
Para “no-crecer” hay que bloquear, arrancar, destrozar. En cierto modo, lo
natural es que todo en mí crezca. Pero puede que haya en mí bloqueos,
cerrazones, frialdades…que no permitan a la fe crecer. Puede que valore mi
fe…pero haya puesto su semilla en el congelador.
Muestra al Señor tu escasa fe y
pídele: Tú que multiplicaste los panes, que convertiste el agua en vino…aumenta
mi fe.
SIERVO INÚTIL SOY.
Al leer la imagen que pone Jesús, se me ocurre
que ojalá llegáramos al final de nuestra vida diciendo: hemos hecho lo que teníamos que hacer. ¡Qué vida tan dichosa, tan
plena sería! Y me entra mi temor porque… desperdiciamos tantas cosas y sobre
todo, tanto amor, tanta capacidad de amar en la vida, corta o larga, que
tenemos! No se trata de “hacer lo que está mandado” pues ya vemos en el hermano
mayor del hijo pródigo, que vivió siempre sin desobedecer al padre, que no
hemos nacido para tener corazón de siervo, sino de hijo. Hemos nacido para
amar, pero Jesús deja muy claro que amar es servir, servir hasta el
agotamiento. Si tenemos corazón de hijo se nos despierta corazón de hermano. Y
servir a nuestros hermanos es siempre la gloria y el honor de todo seguidor de
Jesús. Dicen los entendidos que el amor fraterno es el más desinteresado. Uno
siempre espera algo de sus hijos, de su pareja, de su amigo, de sus padres…pero
¿qué esperamos de un hermano? Nada. Al hermano se le quiere aunque sea un
pesado, se le defiende aunque luego nos peleemos con él…Quizá por eso Jesús nos
lo deja claro: amar al Padre es servir al hermano. Y quien ayuda a un hermano no hace nada
especial. Sólo lo normal en una familia.
Que es lo que somos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario