miércoles, 9 de octubre de 2013

JESÚS APRENDE (I)


Nunca había caído en la cuenta que, al igual que nosotros, personas adultas que seguimos descubriendo cosas, aprendiendo cada día, madurando y creciendo por dentro, Jesús tuvo la misma experiencia.  He caído en ello gracias a un precioso libro, “Ungidas”, de Mariola López, que recomiendo vivamente. Y a partir de un comentario suyo he ido al evangelio para ver a Jesús adulto seguir aprendiendo, seguir creciendo. Su vida espiritual no se estancó en ningún momento y también las personas y los hechos fueron, como lo son para nosotros, mediaciones de Dios.
Damos por sentado que Jesús aprendió de José y María su humanidad. Pero situamos normalmente ese aprendizaje en esos años ocultos y, sobre todo, en esos años – niñez, adolescencia…- en que, por supuesto, toca aprender.
Pero Jesús es el  Maestro. ¿Cómo no va a valer para Él lo que todos los maestros de pacotilla que somos nosotros, afirmamos con rotundidad?  “Siempre aprendo de mis alumnos”. “Me enseñan más ellos que yo a ellos”. “Cada día se aprende algo nuevo…si se quiere aprender”. “Aprendemos juntos”. “Si se quiere, hasta del enemigo aprendemos”. Muchas frases afirman una experiencia universal: aprender es propio de la naturaleza humana y nada tiene que ver con edad o situación.
Veamos algunas situaciones en las que Jesús aprende.


LAS BODAS DE CANÁ Jn 2, 1-12

Cuando se celebra la boda ya Jesús se ha independizado de la familia y tiene seguidores. María, su madre, acude por un lado y Él y sus discípulos por otro. Sabemos lo que ocurre. Las bodas duraban habitualmente una semana y constituía una vergüenza no cubrir las necesidades habituales para el festejo, entre las que se halla el abastecimiento suficiente de vino. El vino es fiesta, alegría. Pero también es símbolo de desposorio, alianza. Los invitados debían beber abundantemente y alegrarse más de la cuenta porque parece práctica habitual reservar para el final, cuando ya se han sobrepasado los límites, el peor vino.
A estos novios o no les va el cálculo o no les llega la economía. El vino se acaba y María se da cuenta. Se lo dice a su hijo: “No tienen vino”.
Pero Jesús no parece estar por la labor y hasta responde con cierta brusquedad. Contrapone el pequeño contratiempo – no tener vino- a una cuestión de gran calado: su Hora.  Jesús sabe o empieza a intuir que el Padre le reserva una gran misión. No sabe muy bien cómo se desarrollará pero su pasión  y su alimento – hacer la Voluntad del Padre – lo guían.
María no obstante, no cede. Se dirige a los servidores y les dice: Haced lo que Él os diga. Casi como si les dijera: dadle tiempo y caerá en la cuenta de que lo grande comienza por lo pequeño; es en el día a día que se teje la Hora – ¡si lo sabré yo! – pero mi Hijo está comenzando, tiene muchas cosas que aprender, es joven…Dadle tiempo…  
Y Jesús cambia su postura. Con su madre, ciertamente, está más que predispuesto a escuchar pero algo interno acaba de cambiar en Él. Quizá había soñado - ¿por qué no?- grandes empresas y se encuentra solucionando una cuestión doméstica.
A partir de este momento el Jesús capaz de valorar la menudencia diaria es absolutamente creíble. En Caná nos regala uno de los milagros de más hondo contenido teológico. Y lo hace porque ha sido capaz de cambiar, de aprender que la Hora no llega con trompetas sonoras sino con avisos discretos. Y que todo tiempo es tiempo de amor porque el Padre que cuida de la hierba del campo y de los pajarillos no va a consentir que los novios pasen vergüenza. María ha sido la gran mediación que le ha enseñado a olvidar sus cálculos, sus tiempos, sus planes. 

(SIGUE EN OTRO POST...) 

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