Nunca había caído en la cuenta
que, al igual que nosotros, personas adultas que seguimos descubriendo cosas,
aprendiendo cada día, madurando y creciendo por dentro, Jesús tuvo la misma
experiencia. He caído en ello gracias a
un precioso libro, “Ungidas”, de Mariola López, que recomiendo vivamente. Y a
partir de un comentario suyo he ido al evangelio para ver a Jesús adulto seguir
aprendiendo, seguir creciendo. Su vida espiritual no se estancó en ningún
momento y también las personas y los hechos fueron, como lo son para nosotros,
mediaciones de Dios.
Damos por sentado que Jesús
aprendió de José y María su humanidad. Pero situamos normalmente ese
aprendizaje en esos años ocultos y, sobre todo, en esos años – niñez,
adolescencia…- en que, por supuesto, toca aprender.
Pero Jesús es el Maestro. ¿Cómo no va a valer para Él lo que
todos los maestros de pacotilla que somos nosotros, afirmamos con
rotundidad? “Siempre aprendo de mis
alumnos”. “Me enseñan más ellos que yo a ellos”. “Cada día se aprende algo
nuevo…si se quiere aprender”. “Aprendemos juntos”. “Si se quiere, hasta del
enemigo aprendemos”. Muchas frases afirman una experiencia universal: aprender
es propio de la naturaleza humana y nada tiene que ver con edad o situación.
Veamos algunas situaciones en las
que Jesús aprende.
LAS BODAS DE CANÁ Jn 2, 1-12
Cuando se celebra la boda ya
Jesús se ha independizado de la familia y tiene seguidores. María, su madre,
acude por un lado y Él y sus discípulos por otro. Sabemos lo que ocurre. Las
bodas duraban habitualmente una semana y constituía una vergüenza no cubrir las
necesidades habituales para el festejo, entre las que se halla el
abastecimiento suficiente de vino. El vino es fiesta, alegría. Pero también es
símbolo de desposorio, alianza. Los invitados debían beber abundantemente y
alegrarse más de la cuenta porque parece práctica habitual reservar para el
final, cuando ya se han sobrepasado los límites, el peor vino.
A estos novios o no les va el
cálculo o no les llega la economía. El vino se acaba y María se da cuenta. Se
lo dice a su hijo: “No tienen vino”.
Pero Jesús no parece estar por la
labor y hasta responde con cierta brusquedad. Contrapone el pequeño
contratiempo – no tener vino- a una cuestión de gran calado: su Hora. Jesús sabe o empieza a intuir que el Padre le
reserva una gran misión. No sabe muy bien cómo se desarrollará pero su
pasión y su alimento – hacer la Voluntad
del Padre – lo guían.
María no obstante, no cede. Se
dirige a los servidores y les dice: Haced
lo que Él os diga. Casi como si les dijera: dadle tiempo y caerá en la
cuenta de que lo grande comienza por lo pequeño; es en el día a día que se teje
la Hora – ¡si lo sabré yo! – pero mi Hijo está comenzando, tiene muchas cosas
que aprender, es joven…Dadle tiempo…
Y Jesús cambia su postura. Con su
madre, ciertamente, está más que predispuesto a escuchar pero algo interno
acaba de cambiar en Él. Quizá había soñado - ¿por qué no?- grandes empresas y
se encuentra solucionando una cuestión doméstica.
A partir de este momento el Jesús
capaz de valorar la menudencia diaria es absolutamente creíble. En Caná nos
regala uno de los milagros de más hondo contenido teológico. Y lo hace porque
ha sido capaz de cambiar, de aprender que la Hora no llega con trompetas
sonoras sino con avisos discretos. Y que todo tiempo es tiempo de amor porque
el Padre que cuida de la hierba del campo y de los pajarillos no va a consentir
que los novios pasen vergüenza. María ha sido la gran mediación que le ha
enseñado a olvidar sus cálculos, sus tiempos, sus planes.
(SIGUE EN OTRO POST...)
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