martes, 15 de octubre de 2013

JESÚS APRENDE (II)


DE LA MUJER CANANEA... (Mc 7,24-30)


Jesús cruzó las fronteras de Israel en contadas ocasiones. Parece tener claro que ha sido enviado al pueblo elegido y, básicamente, es él el destinatario de su obra y su predicación.
Pero Marcos nos relata el momento en que Jesús, al decir de Mariola López, “ensanchó horizontes”.  A Jesús le precedía ya la fama e intenta pasar desapercibido en esa excursión a Tiro. Pero una mujer, urgida por el amor a su hija enferma, le acecha. Y tan pronto Jesús sale de la casa, la mujer se postra, suplicante, a sus pies.
Jesús, en un primer momento, rechaza la petición: “Me debo a los hijos, al pueblo elegido. No está bien que alimente a los perrillos con el pan que es de los hijos”.
La mujer no acusa el golpe. Porque Jesús no debió decir perrillos, ni cachorros, sino “goyim”, perros, que es como los judíos designaban peyorativamente a los paganos.
Esta mujer es atrevida e inteligente, audaz, osada hasta los límites. Tiene la “parresía” – el atrevimiento- que nos permite a los cristianos rezar el padrenuestro. Acepta las palabras de Jesús sobre ella y no las discute (primera lección: no discutir con Jesús) pero presupone que el banquete de los hijos, el festín mesiánico es tan abundante que habrá para todos. No enmienda la plana a Jesús pero le obliga a ir más allá.  Su humildad y valentía y, sobre todo, su fe, hacen caer en la cuenta a Jesús que también los paganos están llamados al banquete. Su predicación y su obra son para todos – aun cuando se reconozca la primacía de Israel- porque en la mesa del Padre caben todos. La misión de Jesús acaba de alcanzar su justa medida: la no-medida.
No sé porqué, me viene a la memoria las numerosas críticas que recibieron los famosos tres tenores. Alfredo Kraus, Plácido Domingo y Josep Carreras se empeñaron en ofrecer ópera al pueblo. Ellos mismos dudaron pero les pudo la pasión y el amor. Los entendidos, la gente culta, fue demoledora: para disfrutar con la ópera, para “entenderla” hacía falta una seria formación musical. Tan seria que sólo una élite de elegidos la poseía; esa élite que llenaba los liceos y palacios de la música y que, desde  luego, no eran del pueblo. Tuvieron que rendirse – algunos aún no lo han hecho y siguen hablando de la traición que los tres han realizado a la ópera- a la evidencia: los tres tenores entusiasmaron al pueblo con las mejores piezas de ópera.
Quizá de manera irreverente pienso que al principio Jesús vive su misión desde  la sacralidad del pueblo de Israel. Pero esta mujer rompe sus prejuicios y le enseña que la ópera es para todos. En todo caso “sólo” primero para Israel pero el banquete también alcanza para los paganos.
Jesús acepta sus palabras y le reconoce la autoridad, nacida del amor, para “corregirlo”:
“Por haber hablado así, vete, el demonio ha salido de tu hija” (7,29)
Confrontado con la sabiduría de una mujer humilde, Jesús acaba d ensanchar el horizonte de su misión.

Y el milagro se produce. En la niña enferma…y en Jesús.   

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