DE LA MUJER CANANEA... (Mc 7,24-30)
Jesús cruzó las fronteras de
Israel en contadas ocasiones. Parece tener claro que ha sido enviado al pueblo
elegido y, básicamente, es él el destinatario de su obra y su predicación.
Pero Marcos nos relata el momento
en que Jesús, al decir de Mariola López, “ensanchó horizontes”. A Jesús le precedía ya la fama e intenta
pasar desapercibido en esa excursión a Tiro. Pero una mujer, urgida por el amor
a su hija enferma, le acecha. Y tan pronto Jesús sale de la casa, la mujer se
postra, suplicante, a sus pies.
Jesús, en un primer momento,
rechaza la petición: “Me debo a los hijos, al pueblo elegido. No está bien que
alimente a los perrillos con el pan que es de los hijos”.
La mujer no acusa el golpe.
Porque Jesús no debió decir perrillos, ni cachorros, sino “goyim”, perros, que
es como los judíos designaban peyorativamente a los paganos.
Esta mujer es atrevida e
inteligente, audaz, osada hasta los límites. Tiene la “parresía” – el
atrevimiento- que nos permite a los cristianos rezar el padrenuestro. Acepta
las palabras de Jesús sobre ella y no las discute (primera lección: no discutir
con Jesús) pero presupone que el banquete de los hijos, el festín mesiánico es
tan abundante que habrá para todos. No enmienda la plana a Jesús pero le obliga
a ir más allá. Su humildad y valentía y,
sobre todo, su fe, hacen caer en la cuenta a Jesús que también los paganos
están llamados al banquete. Su predicación y su obra son para todos – aun
cuando se reconozca la primacía de Israel- porque en la mesa del Padre caben
todos. La misión de Jesús acaba de alcanzar su justa medida: la no-medida.
No sé porqué, me viene a la
memoria las numerosas críticas que recibieron los famosos tres tenores. Alfredo
Kraus, Plácido Domingo y Josep Carreras se empeñaron en ofrecer ópera al
pueblo. Ellos mismos dudaron pero les pudo la pasión y el amor. Los entendidos,
la gente culta, fue demoledora: para disfrutar con la ópera, para “entenderla”
hacía falta una seria formación musical. Tan seria que sólo una élite de elegidos
la poseía; esa élite que llenaba los liceos y palacios de la música y que,
desde luego, no eran del pueblo.
Tuvieron que rendirse – algunos aún no lo han hecho y siguen hablando de la
traición que los tres han realizado a la ópera- a la evidencia: los tres
tenores entusiasmaron al pueblo con las mejores piezas de ópera.
Quizá de manera irreverente pienso que al principio
Jesús vive su misión desde la sacralidad
del pueblo de Israel. Pero esta mujer rompe sus prejuicios y le enseña que la
ópera es para todos. En todo caso “sólo” primero para Israel pero el banquete
también alcanza para los paganos.
Jesús acepta sus palabras y le reconoce la
autoridad, nacida del amor, para “corregirlo”:
“Por haber
hablado así, vete, el demonio ha salido de tu hija” (7,29)
Confrontado con la sabiduría de una mujer humilde,
Jesús acaba d ensanchar el horizonte de su misión.
Y el milagro se produce. En la niña enferma…y en
Jesús.
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