sábado, 9 de noviembre de 2013

ESTRENAR EL CIELO


“En aquel tiempo, acercándose algunos de los saduceos, esos que sostienen que no hay resurrección, le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno, que estaba casado y no tenía hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos; habiendo tomado mujer el primero, murió sin hijos; y la tomó el segundo, luego el tercero; del mismo modo los siete murieron también sin dejar hijos. Finalmente, también murió la mujer. Ésta, pues, ¿de cuál de ellos será mujer en la resurrección? Porque los siete la tuvieron por mujer». Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo toman mujer o marido; pero los que alcancen a ser dignos de tener parte en aquel mundo y en la resurrección de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, ni pueden ya morir, porque son como ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. Y que los muertos resucitan lo ha indicado también Moisés en lo de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para Él todos viven». (Lc 20,27-38)

Finalizó ya el camino a Jerusalén que llevamos semanas recorriendo. La escena de hoy  nos sitúa en el Templo de la ciudad santa y pertenece a l género conocido como controversia. Las controversias tienen un esquema muy sencillo:
    a) Presentación de los adversarios y su pensamiento
b) Réplica de Jesús.
Normalmente hablamos de los seguidores de Jesús, hoy lo haremos de sus adversarios porque, quizá, en alguna ocasión nosotros formamos parte de este grupo pese a creernos seguidores…

LOS SADUCEOS. El judaísmo se había escindido en tiempos de Jesús en diversos grupos. Los saduceos pertenecían a la clase social alta e hicieron el juego a los romanos por lo que no tenían las simpatías del pueblo. Religiosamente hablando no creían en la resurrección, creencia arraigada en el común del pueblo. Esto los llevó a enfrentarse con los fariseos en numerosas ocasiones.

LA HISTORIA.  La historia que le cuentan los saduceos a Jesús es absurda, una caricatura con la que pretenden que se defina a favor de unos o de otros, de los fariseos o de ellos mismos. Pero tiene su fundamento en la ley de levirato (Dt 25,5-10) que contemplaba la perpetuación del apellido: si un hombre moría sin dejar descendencia, el hermano podía tomar a la viuda y el hijo nacido sería considerado hijo póstumo del difunto. Así no caería en la ignominia de extinguir su nombre y apellido. Los saduceos exageran la situación para poner a Jesús en el brete de decir a quién pertenece la mujer…si es que hay vida eterna. Lo de menos es la mujer y el matrimonio, aquí lo que cuenta es la consideración de que todo acabe al morir o haya otra vida. ¡Un tema de candente actualidad!

LA DOCTRINA DE JESÚS. Como buen judío, Jesús no contesta directamente y trasciende la cuestión práctica para dar una enseñanza superior. Ese estilo es, de entrada el que deberíamos aprender: mirar de tejas arriba, vivir de principios. Pero a menudo nos dejamos atrapar por la pequeñez cotidiana y el resultado es que empequeñecemos.
¿Qué enseñan Jesús? Muchos interpretan el texto como una enseñanza sobre una vida virginal, como si vivir en el matrimonio fuera una concesión terrena que no fuera necesaria en la otra vida. Pese a la interpretación de muchos siglos, Jesús nunca dijo que fuera superior la vida célibe a la vida matrimonial. ¿Cómo iba a decirlo, cómo iba  a pensar que José y María llevaban una vida de “segunda categoría”?
Creo que la enseñanza de Jesús en este escena es que no podemos pensar en la vida del más allá con las imágenes y categorías de la de aquí. Y ese error llevamos siglos cometiéndolo: imaginamos el cielo y al imaginarlo forzosamente lo empequeñecemos. ¿Cómo hablamos del cielo a los niños? Recuerdo el enfado de unos padres porque su hija de cuatro años llegó a casa diciendo que se quería morir, que quería ir al cielo “ya”. Alrededor de la fiesta de Todos los Santos la maestra, queriendo desdramatizar el tema de la muerte  pintó a los niños un cielo de Disneylandia: chuches gratis, atracciones…todo lo que los niños de cuatro años deseaban. El problema es que (aparte del enfado de los padres) ese cielo a los doce años ya no interesa tanto. Y a los 40 hasta fastidia.  Los saduceos aplican al cielo las leyes de levirato que tenían los judíos. Y Jesús corrige: es una vida distinta, no será así. Seremos “como ángeles”.

LA PERLA PRECIOSA. Pero lo verdaderamente importante viene con la sentencia final. No hace falta reservar a Dios para consolarnos en el momento de la muerte (como pasa tanto). Él también está ahí, cierto, pero por encima de todo es el Dios de la vida. Es el “Diosito que nos acompaña siempre” que está con nosotros al despertar y al acostarnos, en las alegrías y en el dolor. Es el Dios, no de la vida solemne, sino el que anda entre pucheros. Para quien cree esto…el cielo ya ha comenzado y la oficina, la cocina, el ambulatorio o la clase de un colegio es ya paraíso.

Dios está a nuestro lado, va con nosotros. Creer es encontrar pedazos de cielo en el día a día. 

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