Este domingo, excepcionalmente,
no comentaré el evangelio. Coincide el 2º domingo de adviento, que presenta la
figura de Juan Bautista, con la fiesta de la Inmaculada Concepción y España,
que fue gran defensora del dogma y desempeñó un papel importante en la
declaración de éste, ha solicitado poder celebrar la fiesta de María.
La Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, atendiendo a la solicitud de la
Conferencia Episcopal Española, ha dispensado para el presente año 2013 de la
observancia de las normas litúrgicas que imponen el traslado de la Solemnidad
de la Inmaculada Concepción al lunes siguiente, por lo que en España se celebra
este domingo dicha Solemnidad.
En el resto del mundo la Inmaculada se celebra este lunes. Vaya por
delante que no me parece correcto
anteponer una fiesta mariana – por mucho que históricamente la sintamos “nuestra”-
a la unidad universal que da la liturgia al celebrar siempre la Resurrección de
Cristo el domingo. Aprendí, con buenos biblistas, que ninguna fiesta es
superior al domingo. Así que, aunque en España parece que ha ganado lo afectivo,
teológicamente no deja de ser un absurdo anteponer la fiesta de la Virgen a la
Resurrección de Cristo. Por otra parte, lo que se considera “un privilegio” no
deja de ser un gesto que nos aleja de la
unidad con nuestros hermanos de otras confesiones…
Pero no vamos a ser más papistas
que el Papa. El día 7, en España se celebran numerosas “Vigilias de la
Inmaculada”. Estos actos marianos se
vienen haciendo ininterrumpidamente desde el año 1947, cuando fueron
instaurados por el padre Tomás Morales, actualmente en proceso de canonización
en Roma. Y no sólo han cuajado sino que se han popularizado y extendido.
La Inmaculada ya era defendida por los reyes visigodos y
fueron muchos, después de Wamba, los que la defendieron o convirtieron en su
escudo. Los reyes y el pueblo crearon cofradías antes del s. XV. La más antigua
es la de Girona, en 1330. En el siglo XVI se
revitalizará la devoción a la Inmaculada. Los franciscanos contribuyeron
enormemente a la piedad popular y extensión de la devoción a “la Pura y Limpia
Concepción de María”. En España se extendió la costumbre de entrar en las casas
salundando con la expresión “Ave María Purísima” que era contestada desde
dentro con un “Sin pecado concebida”. En Catalunya muchas casas colocaron
grabados en las entradas con la leyenda “Ningú
passi aquest portal, sense confessar ben alt, que Maria es concebuda sens pecat
original”. Se mantiene este saludo al ir a confesarnos pues al reconocernos
pecadores hacemos memoria de aquella que no tuvo pecado. Desde 1644 la Inmaculada
fue fiesta de guardar en España. En 1708 lo fue en toda la Iglesia. En España
el día 8 de diciembre los sacerdotes visten casulla azul celeste como
agradecimiento de la Santa Sede por la contribución a la defensa del dogma de
la Inmaculada Concepción que hizo este país. Fueron muchos los teólogos y
muchas las legaciones españolas enviadas por los reyes a Roma para solicitar la
declaración del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada,
después de su definitiva promulgación, se levantara en la romana Plaza de
España.
Fue el Papa Pío IX
quien definió el dogma de la Concepción Inmaculada de María. el 1 de julio de
1848 nombró una comisión de teólogos para examinar la posibilidad y la
oportunidad de la definición y dirigía a todos los obispos del mundo la
encíclica Ubi primum nullis, a fin de pedir el parecer
de todo el episcopado católico sobre la oportunidad de tal dogma (el último que
hemos conocido). Las respuestas favorables de los obispos a la encíclica fueron
546 —de un total de 603— es decir, más del 90%. Un obispo de Hispanoamérica
respondió:«Los americanos, con la fe
católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María».
8 de diciembre de 1854. En la capilla Sixtina, donde estaban
reunidos 53 cardenales, 43 arzobispos y 99 obispos, llegados de todo el mundo,
tuvo inicio una gran procesión litúrgica que se dirigió hacia el altar de la
Confesión, en la basílica del Vaticano, donde Pío IX celebró la Misa solemne. La
Basílica estaba atestada de gente. Después del evangelio y tras el canto del
Veni Creator el Papa, con la tiara puesta, promulgó el dogma. A continuación se
entonó el Te Deum, mientras un cañonazo desde el Castillo de Sant’Angelo daba la señal
para que las iglesias de Roma y de toda la cristiandad tocaran las campanas
durante una hora.
La definición del dogma de la
Inmaculada Concepción suscitó un extraordinario entusiasmo en el mundo católico
y reveló la vitalidad de la fe católica.
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