Escuché el otro día a un
sacerdote la metáfora del contrabando. Y me gustó aplicándola a los laicos, llamados a ser contrabandistas de Dios.
Hace contrabando, palabra que
significa ir contra el bando o ley establecida, aquel que en una sociedad donde
cada vez hay más remilgos para hablar de Dios, para testimoniar sin tapujos que
se es creyente, para introducir en la banalidad una chispa de trascendencia,
hace contrabando pues el laico comprometido con su fe que no sólo no la oculta
sino que se empeña en trasmitirla.
Desde luego para ser
contrabandista se necesita un talante: querer serlo, buscar una “ganancia” que
otros no buscan o no se atreven a buscar
porque implica riesgos. El contrabandista asume el riesgo, posee un cierto
espíritu aventurero y sabe, también, esperar el momento oportuno. No se lanza a
lo loco. Los grandes y expertos contrabandistas son, básicamente, gente que
conoce el terreno que pisa, sabe cuáles son los puertos de montaña o de mar
menos vigilados… y camina o viaja, según se tercie, con la mirada puesta en la
ganancia.
Hoy, lo políticamente correcto es
no hablar de Dios, no sacarlo a la calle sino permitir al vecino que, si lo
quiere tener, lo tenga, sí, pero en la buhardilla.
Cuando el Papa manda a todos a
las periferias de los mundos nos está pidiendo que seamos contrabandistas.
Centenares de aduanas han visto pasar coches que en su interior llevaban un
tesoro oculto, maletas con doble fondo, motores trucados, gabardinas forradas…
Yo debo conocer el terreno que piso – la necesidad de espiritualidad que tiene
nuestra sociedad – arriesgar, conocer el momento oportuno… Soy como esa maleta
de doble fondo: llega a la oficina un contable, un maestro a las aulas, un
médico a la consulta, una mujer que limpia a la casa que limpia…pero en el
fondo llega un tesoro porque llega un hombre o una mujer de fe.
Según el dicho popular, a veces
nos han dado a todos gato por liebre.
Creíamos adquirir algo de valor – la liebre – y resultó un timo, una baratija,
un gato. Conversaba con un extranjero que me manifestaba su asombro ante la
poca vida que ve aquí en las parroquias.
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Pero – me decía- es que aquí todo gira en torno al templo, o
sólo está el templo. Las parroquias de mi país son en su mayoría, una especie
de complejo en el que hay canchas deportivas, bibliotecas infantiles y, por
supuesto, la iglesia. Pero a la parroquia van también los no creyentes. Hay
deporte, charlas culturales…De entrada – añadía- eso da una visión muy positiva
de la Iglesia. Y muchos se quedan enganchados, claro…
Eso es realmente saber dar liebre por gato. Uno va por el
deporte (el gato) y sale con Dios en el corazón (la liebre).
Quizá deberíamos aprender de
todas esas parroquias que contrabandean a Dios, que dan liebre por gato. Y deberíamos
tener claro que la misión del laico es ser, pura y llanamente, contrabandista
de Dios.
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