viernes, 21 de marzo de 2014

DANOS SED



En aquel tiempo: Jesús llegó a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca de la tierra que Jacob dio a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, cansado por la caminata, se sentó al borde del pozo. Era cerca del mediodía.

Fue entonces cuando una mujer samaritana llegó para sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber.» Los discípulos se habían ido al pueblo para comprar algo de comer. La samaritana le dijo: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Se sabe que los judíos no tratan con los samaritanos). Jesús le dijo: «Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías agua viva y él te la daría.» Ella le dijo: «Señor, no tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo. ¿Dónde vas a conseguir esa agua viva? Nuestro antepasado Jacob nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus animales; ¿eres acaso más grande que él?» Jesús le dijo: «El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en un chorro que salta hasta la vida eterna.» La mujer le dijo: «Señor, dame de esa agua, y así ya no sufriré la sed ni tendré que volver aquí a sacar agua.»
Jesús le dijo: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.» La mujer contestó: «No tengo marido.» Jesús le dijo: «Has dicho bien que no tienes marido, pues has tenido cinco maridos, y el que tienes ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.»
La mujer contestó: «Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres siempre vinieron a este cerro para adorar a Dios y ustedes, los judíos, ¿no dicen que Jerusalén es el lugar en que se debe adorar a Dios?» Jesús le dijo: «Créeme, mujer: llega la hora en que ustedes adorarán al Padre, pero ya no será "en este cerro" o "en Jerusalén". Ustedes, los samaritanos, adoran lo que no conocen, mientras que nosotros, los judíos, adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Entonces serán verdaderos adoradores del Padre, tal como él mismo los quiere. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben adorarlo en espíritu y en verdad.» La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, (que es el Cristo), está por venir; cuando venga, nos enseñará todo.» Jesús le dijo: «Ese soy yo, el que habla contigo.»
En aquel momento llegaron los discípulos y se admiraron al verlo hablar con una mujer. Pero ninguno le preguntó qué quería ni de qué hablaba con ella. La mujer dejó allí el cántaro y corrió al pueblo a decir a la gente: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Cristo?» Salieron, pues, del pueblo y fueron a verlo.
Mientras tanto los discípulos le insistían: «Maestro, come.» Pero él les contestó: «El alimento que debo comer, ustedes no lo conocen.» Y se preguntaban si alguien le habría traído de comer. Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la voluntad de aquel que me ha enviado y llevar a cabo su obra. Ustedes han dicho: "Dentro de cuatro meses será tiempo de cosechar". ¿No es verdad? Pues bien, yo les digo: Levanten la vista y miren los campos: ya están amarillentos para la siega. El segador ya recibe su paga y junta el grano para la vida eterna, y con esto el sembrador también participa en la alegría del segador. Aquí vale el dicho: Uno es el que siembra y otro el que cosecha. Yo los he enviado a ustedes a cosechar donde otros han trabajado y sufrido. Otros se han fatigado y ustedes han retomado de su trabajo.»
Muchos samaritanos de aquel pueblo creyeron en él por las palabras de la mujer, que declaraba: «El me ha dicho todo lo que he hecho.» Cuando llegaron los samaritanos donde él, le pidieron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron al oír su palabra, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»  Juan 4,5-42

El evangelio de hoy es de tan alto contenido teológico que resulta imposible abracarlo en un post. Me ciño por tanto a algunos aspectos:

EL ENCUENTRO

Los encuentros en torno a un pozo son típicos del A. Testamento. Pero aquí nos encontramos con Jesús que se manifiesta cansado. Pese a ser una fortaleza física, necesita reposar mientras los apóstoles van a procurarse comida. Sugestivo ese “Jesús cansado”…¿podría ser yo su reposo y descanso?
Era cerca de mediodía. Las mujeres ya habían ido al pozo de buena mañana, el agua era lo primero que debía procurarse en un hogar. Pero esta mujer herida parece rehuir el encuentro con las otras mujeres.  Se nos dirá luego que ha tenido muchos hombres pero ya podemos adivinar que se siente herida, profundamente herida por dos datos: por una parte rehúye el trato de las demás mujeres que, madrugadoras, habrán quizá también madrugado en la crítica y por otra parte reacciona con cierta agresividad ante la petición de Jesús: «¿Cómo tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?. Era una petición muy sencilla pero la mujer se amuralla. Está herida y parece no fiarse de aquel caminante.
Jesús se muestra en su humanidad y pide ayuda, agua. Su debilidad será camino para llegar a la debilidad profunda que tiene esta mujer. Ella no se fía, parece que nadie le ha pedido que sea, simplemente, una mujer compasiva.   

EL AGUA

Los primeros cristianos vieron en este relato una catequesis bautismal. El agua que salta hasta la Vida Eterna es la vida que nos da Jesús. Con la lectura de este evangelio comienza la reflexión sobre el propio bautismo. Vendrá la semana que viene la Luz (el ciego) y luego la Vida (Lázaro) como parte de la vía hacia la Pascua.
El primero en manifestar su sed es Jesús: dame de beber. Pero la mujer acabará también diciendo: dame de esa agua…La sed física de Jesús ha servido para hablar de otro tipo de sed. Y ahí es la mujer quien debe pedir. La cercanía con Jesús la va transformando y, al final, veremos como ha dejado sus recelos, sus heridas…y su jarra.
Jesús ha puesto de relieve la sed profunda de esta mujer anónima. Cuando es capaz de manifestarla, Jesús la forzará a dar un paso más.

LA REALIDAD

La mujer que habla ahora con Jesús ya parece otra. Pero Jesús va a confrontarla con su realidad. Porque para que haya un encuentro real con Dios hay que ser capaz de desnudar el corazón, hay que pedir la gracia de la autenticidad. Resulta curioso que después de los rodeos que ha dado la samaritana en su diálogo, ahora sea directa: no tengo marido. No obstante, va a intentar desviar de nuevo la atención de Jesús llevándole a una discusión religiosa que va a acabar con el encuentro total: soy yo, el que habla contigo.
Con frecuencia los caminos de la samaritana son los nuestros: vivimos escabulléndonos del encuentro cara a cara, vivimos cambiando de tema a Dios y escurriendo el bulto si se acerca demasiado a nuestro corazón. Es preciso dejarse encontrar porque Él es el Dios que sale al encuentro…y lo hace, muchas veces, por nuestras heridas. Por ahí nos entra…si le dejamos. 

MODELO DE PASTORALISTA

Esta samaritana que finalmente ha descubierto el “Agua Viva” la descubre cuando deja que esta toque su vida real, la de mujer de muchos hombres, mujer herida en lo afectivo. Y la pregunta que debemos hacernos es si dejamos que Jesús toque nuestra vida real, nuestras heridas, nuestros anhelos…o si lo hemos reducido a unos ritos, unos dogmas que aceptamos o una costumbre.
Esta mujer se nos convierte en modelo de pastoralista. Ella transmite su experiencia – me ha dicho lo que he hecho – y lanza una pregunta para que sean los otros los que, a su vez, inicien el camino: ¿No será el Cristo?
Nuestros jóvenes se cansan a veces de catequesis repletas de fórmulas y recetas o preguntas resueltas antes de que se las formulen. La catequesis debería ser algo tan simple – y tan difícil- como saber clavar en el corazón joven la pregunta de Dios. Y luego, acompañarlo en el camino al pozo, dejando atrás maridos y jarras, modos de vida que no satisfacen.
Al final la catequesis de esta mujer da un fruto excelente: “Ya no creemos por lo que tú has contado. Nosotros mismos lo hemos escuchado y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”. ¡Ojalá nos dijeran eso todos los que han pasado por parroquias, colegios religiosos, movimientos…!

PETICIÓN FINAL

Cuando me acerco a esta lectura siempre recuerdo el poema de Eduardo Marquina:

Una fuente escondida
y un caminar con sed
y al final del camino
encontrarla y beber.
No pediría a Dios
en mi vida otro bien.
Y, si Dios no pudiera
mi deseo atender,
le diría a Dios: Nada
te pido que me des.
A la fuente renuncio
y al camino también.
Pero, hasta que me muera,
consérvame la sed.

¡Conservanos, Señor, la sed!

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