viernes, 4 de abril de 2014

AMENAZADOS DE RESURRECCIÓN


Había un enfermo, Lázaro, de Betania, pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos; su hermano Lázaro era el enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo.» Al oírlo Jesús, dijo: «Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba. Al cabo de ellos, dice a sus discípulos: «Volvamos de nuevo a Judea.» Le dicen los discípulos: «Rabbí, con que hace poco los judíos querían apedrearte, ¿y vuelves allí?» Jesús respondió: «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no está la luz en él.» Dijo esto y añadió: «Nuestro amigo Lázaro duerme;



pero voy a despertarle.» Le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se curará.» Jesús lo había dicho de su muerte, pero ellos creyeron que hablaba del descanso del sueño. Entonces Jesús les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de no haber estado allí, para que creáis. Pero vayamos allá.» Entonces Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él.» Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.» Dicho esto, fue a llamar a su hermana María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y te llama.» Ella, en cuanto lo oyó, se levantó rápidamente, y se fue hacia él. Jesús todavía no había llegado al pueblo; sino que seguía en el lugar donde Marta lo había encontrado. Los judíos, que estaban con María en casa consolándola, al ver que se levantaba rápidamente y salía, la siguieron pensando que iba al sepulcro para llorar allí. Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.» Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le responden: «Señor, ven y lo verás.» Jesús derramó lágrimas. Los judíos entonces decían: «Mirad cómo le quería.» Pero algunos de ellos dijeron: «Éste, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que éste no muriera?» Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: «Quitad la piedra.» Le responde Marta, la hermana del muerto: «Señor, ya huele; es el cuarto día.» Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?» Quitaron, pues, la piedra. Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que tú me has enviado.» Dicho esto, gritó con fuerte voz: «¡Lázaro, sal afuera!» Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: «Desatadlo y dejadle andar.» Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en él. (Juan 11,1-45)

EL TIEMPO DE DIOS

Las hermanas de Lázaro mandan aviso a Jesús de cómo está la situación en casa. Su aviso constituye todo un modelo de oración de confianza y abandono. Nada exigen, nada piden. Sólo presentan la situación de manera sutil: aquel a quien tú amas, está enfermo. Deberíamos tomar ejemplo nosotros que siempre vamos con el “Te pido, Señor…”.
Y, a pesar de todo, Jesús va sin prisas. Tarda dos días en determinarse a ir. ¡Y son sus amigos! Pero es que, decididamente, y por mucho que nos cueste el tiempo de Dios no es el mío. Dios tiene su ritmo. Un ritmo que no entendemos porque nosotros lo haríamos todo ya y ahora. Aprender a tener paciencia con Dios y confiar que, a su tiempo se manifestará, es lo que nos pide hoy la Palabra.

YO SOY

A lo largo del evangelio de Juan se nos narran siete milagros, siete signos. Juan no pretende tanto hablarnos de lo que es una curación sino de lo que significa. Por eso los llama signos. Y este, es el séptimo, la culminación: la Vida regalada, la vida “devuelta”. También en Juan, Jesús se define muchas veces con ese “Yo soy” en clara alusión al nombre de Dios, Yahvé. Yo soy la puerta, la vid, el buen pastor…Acabadas las “imágenes” llega la afirmación: Yo soy la Resurrección y la Vida.
Creer en Jesús, como Marta y María, nos llena de Vida. De esa vida que con la samaritana era un manantial inagotable y con Nicodemo un nuevo nacimiento. 
El evangelio es extenso pero sobre todo, de gran altura teológica. Vemos a Marta como intercesora (El maestro está aquí y te llama) a María como discípula y a Jesús vencedor de la muerte.

QUITAD LA PIEDRA

Dios nos regala la vida, sí. Pero nos pide cooperación. Aunque es el Todopoderoso nada puede sin nosotros. Aquel que te creó sin ti, no te salvará sin ti, decía San Agustín.
Hay una resistencia comprensible: ya huele…De una manera u otra Jesús nos pide que, si queremos ser sanados debemos dejar que nuestro mal, nuestro pecado caiga bajo su mirada. Pongamos a su alcance nuestra podredumbre, aunque huela. Esforcémonos en “rodar la piedra” de nuestro corazón…todas esas máscaras y velos con que cubrimos, precisamente, aquello que debe ser sanado.
Porque si creemos, y sólo si creemos, “veremos la Gloria de Dios”. En nosotros mismos, en nuestros hermanos, en el mundo.
Este domingo Jesús me llama a la vida y me dice: ¡sal fuera! No permanezcas atado, déjate liberar…Escuchemos la voz de Dios que nos llama a la vida. A todo lo que es Vida. Lázaro oye la voz que le llama a la Vida…escuchemos nosotros, dejémonos resucitar!
Y los judíos creyeron por lo que habían visto. Lázaro se convierte en un testigo del poder de Jesús y las autoridades querrán matarlo. Como ha pasado con tantos mártires actuales…
Recordemos que, pese a todo, Lázaro no resucitó propiamente. Porque volvió a morir, hoy se habla de la “reanimación de Lázaro”.
Pero sabemos que nos espera la auténtica Resurrección. Concluyo con un texto, de un periodista de Guatemala,  que siempre me emocionó:

Dicen que estoy "amenazado de muerte"... Tal vez. Sea ello lo que fuera estoy tranquilo. Porque si me matan, no me quitarán la vida, me la llevaré conmigo, colgando sobre el hombro, como un morral de pastor...Desde niño, alguien sopló a mis oídos una verdad inconmovible que es, al mismo tiempo, una invitación a la eternidad: "No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden quitar la vida". La vida -la verdadera vida- se ha fortalecido en mí cuando, a través de Pierre Teilhard de Chardín, aprendí a leer el Evangelio: el proceso de la Resurrección empieza por la primera arruga que nos sale en la cara; con la primera mancha de vejez que aparece en nuestras manos; con la primera cana que sorprendemos en nuestra cabeza un día cualquiera, peinándonos; con el primer suspiro de nostalgia por un mundo que se deslíe y se aleja, de pronto, frente a nuestros ojos...Así empieza la resurrección.
Dicen que estoy amenazado de muerte... Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos "amenazados" de resurrección. Porque además del Camino y de la Verdad, Él es la Vida. (Un periodista guatemalteco)

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