Esta Semana Santa estuve en Roma. Y en el aire flotaba
ya, la inminente canonización de dos Papas – due papi santi, como dicen ellos –
que han marcado el rumbo de la Iglesia y del mundo. La ciudad de Roma se
prepara para el caos que supone la llegada de cinco millones de peregrinos, la
mitad polacos. Los que llegan duplican el número de los habitantes de Roma, así
que, por unos días, Roma será un caos
alegre.
Pero me hizo gracia constatar que los italianos,
aunque se alegran con la canonización de Juan Pablo II, vibran y se emocionan
con la de su amado Juan XXIII. Los que le conocieron porque admiran y quieren al
Papa Bueno y los más jóvenes porque han recibido de sus mayores esa devoción.
-"Yo viví siempre con mi nonna – nos decía nuestra guía – y ella era fan de Juan
XXIII, así que yo soy fan también, porque sé todas sus historias…qué ganas tengo de que llegue el domingo!"
En honor a este Papa sin milagro (todo un signo) que,
sabiamente, Francisco ha colocado al lado de Juan Pablo II, reproduzco el
artículo de Xavier Picaza sobre el Papa más influyente del s. XX.
ANGELO RONCALLI, JUAN XXIII. PEQUEÑA VIDA
XAVIER
PICAZA (extraído de EL BLOG DE X. PICAZA)
Angelo Roncalli (*1881), hijo de una familia
numerosa de campesinos lombardos, fue ante todo un hombre bueno de su tiempo.
Ingresó con once años en el seminario de Bérgamo (1892) y de adolescente asumió
y profesó la regla de la Tercera Orden de San Francisco (1897), siendo hasta el
fin de su vida un franciscano de corazón y vocación. Se ordenó presbítero el
año 1904 y, desde entonces, a lo largo de diez años fue secretario de su obispo
y profesor de seminario, sin más estudio especializado que la vida. Fue enfermero
y capellán en la gran guerra (1914-1918), y después colaboró en la Obra
Pontificia de la Propagación de la fe, siendo enviado especial del Vaticano en
Bulgaria (1925), delegado apostólico en Turquía (1934) y nuncio en Francia
(1944), para ser después Patriarca de Venecia (1953) y luego Papa (1958).
Su vida fue un camino de sorpresas. No estaba
especialmente preparado para nada, y de esa forma pudo ser todo, en manos de la
providencia de Dios en la que él confiaba. De esa forma conoció la vida desde
dentro, formando parte de ella, en contacto con los “hermanos” ortodoxos
(Bulgaria) y con los “amigos” musulmanes (Turquía), para animar y dirigir la
vida de la más compleja de todas las iglesias católicas de entonces, tras una
guerra implacable que había dividido a la población católica, a favor y en
contra del pacto con los nazis (en Francia). Fue después como un párroco rural
de una iglesia grande, llena de tradición (Venecia), donde llegó con 72 y dos
años, dispuesto a compartir con su gente el resto de sus días y morir así
tranquilo, dando gracias a Dios por la vida.
Pero la mano de Dios le siguió tocando y así, sin
esperarlo ni buscarlo, cuando tenía ya casi 77 años fue nombrado papa, labor
que realizó durante cinco años (1958-1963) con el nombre de Juan XXIII, los
cinco años claves del gran cambio de la Iglesia Católica. Fue una suave brisa,
como la del Dios del Horeb para Elías, pero todo lo cambió, abriendo un camino
del que seguimos viviendo todavía.
Lo recuerdo perfectamente, su elección, su pontificado,
su muerte. Yo era un adolescente, pero vivía con mucha fuerza los caminos y
tareas de la Iglesia. De lo que entonces aprendí y viví, siguiendo por dentro
la gran aventura de este Juan Roncalli, que fue a la vez el Juan Bautista,
precursor de la nueva venida del Cristo, y Juan Evangelista, el primer Teólogo
Cristiano (según la tradición de Oriente), sigo viviendo todavía.
No necesito que le hagan “santo” (a pesar de que, en
el contexto actual de la iglesia me ha parecido bien el “golpe de mano” del
Papa Francisco, que ha decretado que Juan XXIII sea santo sin “milagro
aprobado” por la Curia Romana, para contrarrestar la santidad discutida y
curial de Juan Pablo II)… No necesito que le hagan santo, he dicho. No me
“pega” llamarle San Juan XXIII, me basta con llamarle Juan.
He sabido siempre que era santo, desde el día en que
murió. Fue un hombre de Dios, abierto al misterio de la vida y de la
fraternidad de Jesús, muy franciscano, por encima (o a través) de los
ministerios que fue ejerciendo a lo largo de su vida. Fue un hombre de humor y
de amor, de gran valentía. No tenía más principios claros que el amor y el
diálogo cristiano, la confianza en el Espíritu Santo, como muestra su Diario
Íntimo, que una y otra vez he leído, un poco al azar de la vida.
Fue siempre obediente a los papas para quienes
trabajó, cada vez de manera más intensa. Fue obediente, pero no sumiso… Supo
ver y aprender con ojos nuevos lo que había y nacía en su mundo distinto, como
un campesino de Dios, que escucha y escucha, para sembrar cuando llegue su tiempo.
(…)
Nombrado Papa, Juan XXIII no quiso hacer nada nuevo,
sino, simplemente, ser cristiano, volviendo al evangelio desde la gente real,
la gente normal de la calle, con los nuevos movimientos y promesas (y riesgos)
reales de la modernidad. Desde ese fondo quiero destacar tres de sus rasgos
principales:
1. Papa
moderno, papa piadoso. Juan XXIII fue el primer Papa que conectó con la
modernidad, de un modo “moderno” y normal, sin necesidad de teorizar. No tuvo
que hacerse moderno, era moderno… Siguió siendo hombre de pueblo, siendo como
era un diplomático humano, un hombre capaz de entender a los demás y de pactar,
como mostró siendo Nuncio en Francia, patriarca de Venecia. Supo que la Iglesia
debía traducir el evangelio en las circunstancias distintas del mundo actual,
promoviendo una confianza básica ante los nuevos signos de los tiempos y
superando el carácter autoritario de ciertas actitudes anteriores. Todo eso
pudo hacerlo Juan XXIII porque era un hombre “piadoso”, hombre de oración que
sabe cada día que Dios está por encima y en el fondo de nosotros. No despreció
ni criticó en modo alguno lo que hicieron los papas anterior (Benedicto, Pío y
Pío), pero supo que había que hacer algo nuevo, dejando que el Espíritu de Dios
se manifestara. Juan XXIII culmina así un camino que había comenzado con
Benedicto XV.
‒ Paz en la
justicia. Buscó la paz y la justicia social, siguiendo en la mejor línea de
León XIII y de Pío XI, como muestran sus encíclicas, Mater et Magistra (1961) y
Pacem in terris (1963), en las que defiende el diálogo entre los pueblos,
sustituyendo el anticomunismo radical de los papas anteriores por una apertura
hacia los hombres y mujeres de los diversos bloques sociales, sobre la
intransigencia de los sistemas políticos. Ciertamente, condenó el comunismo, y
también un tipo de capitalismo contrario a la dignidad del hombre; pero creyó
en el valor de los hombres, más que en sus ideologías. Abrió un camino de
búsqueda de justicia que no ha culminado todavía, un camino de respeto entre
los pueblos y de servicio (justicia) hacia los pobres. No tuvo que hacer un
esfuerzo por defender a los pobres, porque siguió siendo siempre un hombre
“pobre”, un campesino colocado en el centro de la Iglesia, un hombre a quien la
suerte de los campesinos y pobres del mundo le importaba por encima de todas
las cosas, a la luz de su vida, a la luz del evangelio.
‒ Vaticano II. Juan XXIII convocó y preparó el
Concilio Vaticano II, como gesto de confianza ante la obra de Dios en la
Iglesia y el mundo. Ciertamente, creía en la infalibilidad papal, pero no en
abstracto, o cerrada en su persona, sino abierta a la voz de toda la Iglesia,
manifestada en un Concilio donde pudieran escucharse las voces de todos los
creyentes. En ese contexto hablaremos más de su aportación a la vida de la
Iglesia. Este gesto, por un lado sorprendente y por otro lógico, marca el
sentido de su vida, la culminación de toda la historia anterior.
Juan XXIII quiso poner la Iglesia en manos de Dios,
es decir, en manos de su Espíritu Santo. Por eso, su gesto máximo fue convocar
un Concilio, para que se escuchara la voz de todos, para que la Iglesia entera
pudiera verse y conocerse a sí misma, desde el Espíritu de Dios. No quiso dejar
todo atado y bien atado, sino todo lo contrario. Pensó que era tiempo de “desatar”,
en la línea de lo que Cristo dijo a Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los
Cielos, lo que tú desates, lo que tú ates”. Fue tiempo de desatar, tiempo de
libertad y palabra para la Iglesia.
REALMENTE ES UN TEXTO BELLÍÍÍÍÍSIMO . GRANDE EN CONOCIMIENTO Y EXTENSO EN LO VIVENCIAL Y EJEMPLERIZANTE EN LO COTIDIANO . SI SUPIÉRAMOS QUE LO ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA CONOCER Y VIVIR COMO DIOS QUIEREES DEJARNOS GUIAR POR EL ESPÍRITU , RECONOCER QUE EN SU PALABRA ESTÁ NUESTRO ALIMENTO , Y QUE ÉL SABE LO QUE NOS CONVIENE EN TODO MOMENTO . YO, QUE DESCONOCÍA LA VIDA DE JUAN , RECONOZCO EL EL LA LUZ DE CRISTO Y LA HUMILDAD DE LOS QUE VERDADERAMENTE LE SIGUEN , Y SÉ QUE DIOS SE ABRE CAMINO ENTRE LA SENCILLEZ DEL ESPÍRITU GENEROSO , QUE SE OLVIDA DE SI MISMO Y SE OFRECE A LOS DEMÁS . NO TENEMOS QUE TENER UN INTELECTO ENORME - AUNQUE TU VIVENCIA CON DIOS TE OBLIGA A SABER MÁS A QUERER PROFUNDIZAR MÁS , A LLENARTE Y EMPAPARTE DE DIOS . GRACIAS , JUAN , POR SER UN EJEMPLO DE COHERENCIA , POR AMAR A JESÚS EN TUS HERMANOS , POR DEJAR QUE EL ESPÍRITU SANTO HABITASE Y OBRASES DE ACUERDO A LO QUE DIOS QUERÍA . ¡ FELIZ DÍA EN EL SEÑOR ! ¡DIOS LOS BENDIGA ! ABRAZOS FRATERNALES.
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