viernes, 25 de abril de 2014

EL PAPA BUENO


Esta Semana Santa estuve en Roma. Y en el aire flotaba ya, la inminente canonización de dos Papas – due papi santi, como dicen ellos – que han marcado el rumbo de la Iglesia y del mundo. La ciudad de Roma se prepara para el caos que supone la llegada de cinco millones de peregrinos, la mitad polacos. Los que llegan duplican el número de los habitantes de Roma, así que, por unos días,  Roma será un caos alegre.
Pero me hizo gracia constatar que los italianos, aunque se alegran con la canonización de Juan Pablo II, vibran y se emocionan con la de su amado Juan XXIII. Los que le conocieron porque admiran y quieren al Papa Bueno y los más jóvenes porque han recibido de sus mayores esa devoción. 
-"Yo viví siempre con mi nonna – nos decía nuestra guía – y ella era fan de Juan XXIII, así que yo soy fan también, porque sé todas sus historias…qué ganas tengo de que llegue el domingo!"
En honor a este Papa sin milagro (todo un signo) que, sabiamente, Francisco ha colocado al lado de Juan Pablo II, reproduzco el artículo de Xavier Picaza sobre el Papa más influyente del s. XX.


 ANGELO RONCALLI, JUAN XXIII. PEQUEÑA VIDA

               XAVIER PICAZA  (extraído de EL BLOG DE X. PICAZA)

Angelo Roncalli (*1881), hijo de una familia numerosa de campesinos lombardos, fue ante todo un hombre bueno de su tiempo. Ingresó con once años en el seminario de Bérgamo (1892) y de adolescente asumió y profesó la regla de la Tercera Orden de San Francisco (1897), siendo hasta el fin de su vida un franciscano de corazón y vocación. Se ordenó presbítero el año 1904 y, desde entonces, a lo largo de diez años fue secretario de su obispo y profesor de seminario, sin más estudio especializado que la vida. Fue enfermero y capellán en la gran guerra (1914-1918), y después colaboró en la Obra Pontificia de la Propagación de la fe, siendo enviado especial del Vaticano en Bulgaria (1925), delegado apostólico en Turquía (1934) y nuncio en Francia (1944), para ser después Patriarca de Venecia (1953) y luego Papa (1958).
Su vida fue un camino de sorpresas. No estaba especialmente preparado para nada, y de esa forma pudo ser todo, en manos de la providencia de Dios en la que él confiaba. De esa forma conoció la vida desde dentro, formando parte de ella, en contacto con los “hermanos” ortodoxos (Bulgaria) y con los “amigos” musulmanes (Turquía), para animar y dirigir la vida de la más compleja de todas las iglesias católicas de entonces, tras una guerra implacable que había dividido a la población católica, a favor y en contra del pacto con los nazis (en Francia). Fue después como un párroco rural de una iglesia grande, llena de tradición (Venecia), donde llegó con 72 y dos años, dispuesto a compartir con su gente el resto de sus días y morir así tranquilo, dando gracias a Dios por la vida.
Pero la mano de Dios le siguió tocando y así, sin esperarlo ni buscarlo, cuando tenía ya casi 77 años fue nombrado papa, labor que realizó durante cinco años (1958-1963) con el nombre de Juan XXIII, los cinco años claves del gran cambio de la Iglesia Católica. Fue una suave brisa, como la del Dios del Horeb para Elías, pero todo lo cambió, abriendo un camino del que seguimos viviendo todavía.
Lo recuerdo perfectamente, su elección, su pontificado, su muerte. Yo era un adolescente, pero vivía con mucha fuerza los caminos y tareas de la Iglesia. De lo que entonces aprendí y viví, siguiendo por dentro la gran aventura de este Juan Roncalli, que fue a la vez el Juan Bautista, precursor de la nueva venida del Cristo, y Juan Evangelista, el primer Teólogo Cristiano (según la tradición de Oriente), sigo viviendo todavía.
No necesito que le hagan “santo” (a pesar de que, en el contexto actual de la iglesia me ha parecido bien el “golpe de mano” del Papa Francisco, que ha decretado que Juan XXIII sea santo sin “milagro aprobado” por la Curia Romana, para contrarrestar la santidad discutida y curial de Juan Pablo II)… No necesito que le hagan santo, he dicho. No me “pega” llamarle San Juan XXIII, me basta con llamarle Juan.

He sabido siempre que era santo, desde el día en que murió. Fue un hombre de Dios, abierto al misterio de la vida y de la fraternidad de Jesús, muy franciscano, por encima (o a través) de los ministerios que fue ejerciendo a lo largo de su vida. Fue un hombre de humor y de amor, de gran valentía. No tenía más principios claros que el amor y el diálogo cristiano, la confianza en el Espíritu Santo, como muestra su Diario Íntimo, que una y otra vez he leído, un poco al azar de la vida.

Fue siempre obediente a los papas para quienes trabajó, cada vez de manera más intensa. Fue obediente, pero no sumiso… Supo ver y aprender con ojos nuevos lo que había y nacía en su mundo distinto, como un campesino de Dios, que escucha y escucha, para sembrar cuando llegue su tiempo. (…)
Nombrado Papa, Juan XXIII no quiso hacer nada nuevo, sino, simplemente, ser cristiano, volviendo al evangelio desde la gente real, la gente normal de la calle, con los nuevos movimientos y promesas (y riesgos) reales de la modernidad. Desde ese fondo quiero destacar tres de sus rasgos principales:

1. Papa moderno, papa piadoso. Juan XXIII fue el primer Papa que conectó con la modernidad, de un modo “moderno” y normal, sin necesidad de teorizar. No tuvo que hacerse moderno, era moderno… Siguió siendo hombre de pueblo, siendo como era un diplomático humano, un hombre capaz de entender a los demás y de pactar, como mostró siendo Nuncio en Francia, patriarca de Venecia. Supo que la Iglesia debía traducir el evangelio en las circunstancias distintas del mundo actual, promoviendo una confianza básica ante los nuevos signos de los tiempos y superando el carácter autoritario de ciertas actitudes anteriores. Todo eso pudo hacerlo Juan XXIII porque era un hombre “piadoso”, hombre de oración que sabe cada día que Dios está por encima y en el fondo de nosotros. No despreció ni criticó en modo alguno lo que hicieron los papas anterior (Benedicto, Pío y Pío), pero supo que había que hacer algo nuevo, dejando que el Espíritu de Dios se manifestara. Juan XXIII culmina así un camino que había comenzado con Benedicto XV.

Paz en la justicia. Buscó la paz y la justicia social, siguiendo en la mejor línea de León XIII y de Pío XI, como muestran sus encíclicas, Mater et Magistra (1961) y Pacem in terris (1963), en las que defiende el diálogo entre los pueblos, sustituyendo el anticomunismo radical de los papas anteriores por una apertura hacia los hombres y mujeres de los diversos bloques sociales, sobre la intransigencia de los sistemas políticos. Ciertamente, condenó el comunismo, y también un tipo de capitalismo contrario a la dignidad del hombre; pero creyó en el valor de los hombres, más que en sus ideologías. Abrió un camino de búsqueda de justicia que no ha culminado todavía, un camino de respeto entre los pueblos y de servicio (justicia) hacia los pobres. No tuvo que hacer un esfuerzo por defender a los pobres, porque siguió siendo siempre un hombre “pobre”, un campesino colocado en el centro de la Iglesia, un hombre a quien la suerte de los campesinos y pobres del mundo le importaba por encima de todas las cosas, a la luz de su vida, a la luz del evangelio.

‒ Vaticano II. Juan XXIII convocó y preparó el Concilio Vaticano II, como gesto de confianza ante la obra de Dios en la Iglesia y el mundo. Ciertamente, creía en la infalibilidad papal, pero no en abstracto, o cerrada en su persona, sino abierta a la voz de toda la Iglesia, manifestada en un Concilio donde pudieran escucharse las voces de todos los creyentes. En ese contexto hablaremos más de su aportación a la vida de la Iglesia. Este gesto, por un lado sorprendente y por otro lógico, marca el sentido de su vida, la culminación de toda la historia anterior.

Juan XXIII quiso poner la Iglesia en manos de Dios, es decir, en manos de su Espíritu Santo. Por eso, su gesto máximo fue convocar un Concilio, para que se escuchara la voz de todos, para que la Iglesia entera pudiera verse y conocerse a sí misma, desde el Espíritu de Dios. No quiso dejar todo atado y bien atado, sino todo lo contrario. Pensó que era tiempo de “desatar”, en la línea de lo que Cristo dijo a Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los Cielos, lo que tú desates, lo que tú ates”. Fue tiempo de desatar, tiempo de libertad y palabra para la Iglesia.

1 comentario:

  1. REALMENTE ES UN TEXTO BELLÍÍÍÍÍSIMO . GRANDE EN CONOCIMIENTO Y EXTENSO EN LO VIVENCIAL Y EJEMPLERIZANTE EN LO COTIDIANO . SI SUPIÉRAMOS QUE LO ÚNICO QUE NECESITAMOS PARA CONOCER Y VIVIR COMO DIOS QUIEREES DEJARNOS GUIAR POR EL ESPÍRITU , RECONOCER QUE EN SU PALABRA ESTÁ NUESTRO ALIMENTO , Y QUE ÉL SABE LO QUE NOS CONVIENE EN TODO MOMENTO . YO, QUE DESCONOCÍA LA VIDA DE JUAN , RECONOZCO EL EL LA LUZ DE CRISTO Y LA HUMILDAD DE LOS QUE VERDADERAMENTE LE SIGUEN , Y SÉ QUE DIOS SE ABRE CAMINO ENTRE LA SENCILLEZ DEL ESPÍRITU GENEROSO , QUE SE OLVIDA DE SI MISMO Y SE OFRECE A LOS DEMÁS . NO TENEMOS QUE TENER UN INTELECTO ENORME - AUNQUE TU VIVENCIA CON DIOS TE OBLIGA A SABER MÁS A QUERER PROFUNDIZAR MÁS , A LLENARTE Y EMPAPARTE DE DIOS . GRACIAS , JUAN , POR SER UN EJEMPLO DE COHERENCIA , POR AMAR A JESÚS EN TUS HERMANOS , POR DEJAR QUE EL ESPÍRITU SANTO HABITASE Y OBRASES DE ACUERDO A LO QUE DIOS QUERÍA . ¡ FELIZ DÍA EN EL SEÑOR ! ¡DIOS LOS BENDIGA ! ABRAZOS FRATERNALES.

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