(Henrique Cymerman, La Vanguardia).-
"Los cristianos perseguidos son una preocupación que me toca de cerca como
pastor. Sé muchas cosas de persecuciones que no me parece prudente contarlas
aquí para no ofender a nadie. Pero en algún sitio está prohibido tener una
Biblia o enseñar catecismo o llevar una cruz... Lo que sí quiero dejar claro
una cosa: estoy convencido de que la persecución contra los cristianos hoy es
más fuerte que en los primeros siglos de la Iglesia. Hoy hay más cristianos
mártires que en aquella época. Y no es por fantasía, es por números".
El papa Francisco nos recibió el pasado
lunes en el Vaticano -un día después de la oración por la paz con los
presidentes de Israel y Palestina- para esta entrevista en exclusiva con
"La Vanguardia". El Papa estaba contento de haber hecho todo lo
posible por el entendimiento entre israelíes y palestinos.
La
violencia en nombre de Dios domina Oriente Medio.
Es una contradicción. La violencia en
nombre de Dios no se corresponde con nuestro tiempo. Es algo antiguo. Con
perspectiva histórica hay que decir que los cristianos, a veces, la hemos
practicado. Cuando pienso en la guerra de los Treinta Años, era violencia en
nombre de Dios. Hoy es inimaginable, ¿verdad? Llegamos, a veces, por la
religión a contradicciones muy serias, muy graves. El fundamentalismo, por
ejemplo. Las tres religiones tenemos nuestros grupos fundamentalistas, pequeños
en relación a todo el resto.
¿Y
qué opina del fundamentalismo?
Un grupo fundamentalista, aunque no mate
a nadie, aunque no le pegue a nadie, es violento. La estructura mental del
fundamentalismo es violencia en nombre de Dios.
Algunos
dicen de usted que es un revolucionario.
Deberíamos llamar a la gran Mina Mazzini,
la cantante italiana, y decirle "prendi questa mano, zinga" y que me
lea el pasado, a ver qué (risas). Para mí, la gran revolución es ir a las
raíces, reconocerlas y ver lo que esas raíces tienen que decir el día de hoy.
No hay contradicción entre revolucionario e ir a las raíces. Más aún, creo que la
manera para hacer verdaderos cambios es la identidad. Nunca se puede dar un
paso en la vida si no es desde atrás, sin saber de dónde vengo, qué apellido
tengo, qué apellido cultural o religioso tengo.
Usted
ha roto muchos protocolos de seguridad para acercarse a la gente.
Sé que me puede pasar algo, pero está en
manos de Dios. Recuerdo que en Brasil me habían preparado un papamóvil cerrado,
con vidrio, pero yo no puedo saludar a un pueblo y decirle que lo quiero dentro
de una lata de sardinas, aunque sea de cristal. Para mí eso es un muro. Es
verdad que algo puede pasarme, pero seamos realistas, a mi edad no tengo mucho
que perder.
¿Por
qué es importante que la Iglesia sea pobre y humilde?
La pobreza y la humildad están en el
centro del Evangelio y lo digo en un sentido teológico, no sociológico. No se
puede entender el Evangelio sin la pobreza, pero hay que distinguirla del
pauperismo. Yo creo que Jesús quiere que los obispos no seamos príncipes, sino
servidores.
¿Qué
puede hacer la Iglesia para reducir la creciente desigualdad entre ricos y
pobres?
Está probado que con la comida que sobra
podríamos alimentar a la gente que tiene hambre. Cuando usted ve fotografías de
chicos desnutridos en diversas partes del mundo se agarra la cabeza, no se
entiende. Creo que estamos en un sistema mundial económico que no es bueno. En
el centro de todo sistema económico debe estar el hombre, el hombre y la mujer,
y todo lo demás debe estar al servicio de este hombre. Pero nosotros hemos
puesto al dinero en el centro, al dios dinero. Hemos caído en un pecado de
idolatría, la idolatría del dinero.
La economía se mueve por el afán de tener
más y, paradójicamente, se alimenta una cultura del descarte. Se descarta a los
jóvenes cuando se limita la natalidad. También se descarta a los ancianos
porque ya no sirven, no producen, es clase pasiva... Al descartar a los chicos
y a los ancianos, se descarta el futuro de un pueblo porque los chicos van a
tirar con fuerza hacia adelante y porque los ancianos nos dan la sabiduría,
tienen la memoria de ese pueblo y deben pasarla a los jóvenes. Y ahora también
está de moda descartar a los jóvenes con la desocupación. A mí me preocupa
mucho el índice de paro de los jóvenes, que en algunos países supera el 50%.
Alguien me dijo que 75 millones de jóvenes europeos menores de 25 años están en
paro. Es una barbaridad. Pero descartamos toda una generación por mantener un
sistema económico que ya no se aguanta, un sistema que para sobrevivir debe
hacer la guerra, como han hecho siempre los grandes imperios. Pero como no se
puede hacer la Tercera Guerra Mundial, entonces se hacen guerras zonales. ¿ Y
esto qué significa? Que se fabrican y se venden armas, y con esto los balances
de las economías idolátricas, las grandes economías mundiales que sacrifican al
hombre a los pies del ídolo del dinero, obviamente se sanean. Este pensamiento
único nos quita la riqueza de la diversidad de pensamiento y por lo tanto la
riqueza de un diálogo entre personas. La globalización bien entendida es una
riqueza. Una globalización mal entendida es aquella que anula las diferencias.
Es como una esfera, con todos los puntos equidistantes del centro. Una
globalización que enriquezca es como un poliedro, todos unidos pero cada cual
conservando su particularidad, su riqueza, su identidad, y esto no se da.
¿Le
preocupa el conflicto entre Catalunya y España?
Toda división me preocupa. Hay
independencia por emancipación y hay independencia por secesión. Las
independencias por emancipación, por ejemplo, son las americanas, que se
emanciparon de los estados europeos. Las independencias de pueblos por secesión
es un desmembramiento a veces es muy obvio. Pensemos en la antigua Yugoslavia.
Obviamente, hay pueblos con culturas tan diversas que ni con cola se podían
pegar. El caso yugoslavo es muy claro, pero yo me pregunto si es tan claro en
otros casos, en otros pueblos que hasta ahora han estado juntos. Hay que
estudiar caso por caso. Escocia, la Padania, Catalunya. Habrá casos que serán
justos y casos que no serán justos, pero la secesión de una nación sin un
antecedente de unidad forzosa hay que tomarla con muchas pinzas y analizarla
caso por caso.
La
oración por la paz del domingo no fue fácil de organizar ni tenía precedentes
en Oriente Medio ni en el mundo. ¿Cómo se sintió usted?
Sabe que no fue fácil porque usted estaba
en el ajo y se le debe gran parte del logro. Yo sentía que era algo que se nos
escapa a todos. Acá, en el Vaticano, un 99% decía que no se iba a hacer y
después el 1% fue creciendo. Yo sentía que nos veíamos empujados a una cosa que
no se nos había ocurrido y que, poco a poco, fue tomando cuerpo. No era para
nada un acto político -eso lo sentí de entrada- sino que era un acto religioso:
abrir una ventana al mundo.
¿Por
qué eligió meterse en el ojo del huracán que es Oriente Medio?
El verdadero ojo del huracán, por el
entusiasmo que había, fue la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro
el año pasado. A Tierra Santa decidí ir porque el presidente Peres me invitó.
Yo sabía que su mandato terminaba esta primavera, así que me vi obligado, de
alguna manera, a ir antes. Su invitación precipitó el viaje. Yo no tenía
pensando hacerlo.
¿Por
qué es importante para todo cristiano visitar Jerusalén y Tierra Santa?
Por la revelación. Para nosotros, todo
empezó ahí. Es como "el cielo en la tierra". un adelanto de lo que
nos espera en el más allá, en la Jerusalén celestial,
Usted
y su amigo el rabino Skorka se abrazaron frente al muro de las Lamentaciones.
¿Qué importancia ha tenido este gesto para la reconciliación entre cristianos y
judíos?
Bueno, en el Muro también estaba mi buen
amigo el profesor Omar Abu, presidente del Instituto del Diálogo Interreligioso
de Buenos Aires. Quise invitarlo. Es un hombre muy religioso, padre de dos
hijos. También es amigo del rabino Skorka y los quiero a los dos un montón, y quise
que esta amistad entre los tres se viera como un testimonio.
Me
dijo hace un año que "dentro de cada cristiano hay un judío".
Quizá lo más correcto sería decir que
"usted no puede vivir su cristianismo, usted no puede ser un verdadero
cristiano, si no reconoce su raíz judía". No hablo de judío en el sentido
semítico de raza sino en sentido religioso. Creo que el diálogo interreligioso
tiene que ahondar en esto, en la raíz judía del cristianismo y en el
florecimiento cristiano del judaísmo. Entiendo que es un desafío, una papa
caliente, pero se puede hacer como hermanos. Yo rezo todos los días el oficio
divino con los salmos de David. Los 150 salmos los pasamos en una semana. Mi
oración es judía, y luego tengo la eucaristía, que es cristiana.
¿Cómo
ve el antisemitismo?
No sabría explicar por qué se da, pero
creo que está muy unido, en general, y sin que sea una regla fija, a las derechas.
El antisemitismo suele anidar mejor en las corrientes políticas de derecha que
de izquierda, ¿no? Y aún continúa. Incluso tenemos quien niega el holocausto,
una locura.
Uno
de sus proyectos es abrir los archivos del Vaticano sobre el holocausto.
Traerán mucha luz.
¿Le
preocupa alguna cosa que pueda descubrirse?
En este tema lo que me preocupa es la
figura de Pío XII, el papa que lideró la Iglesia durante la Segunda Guerra
Mundial. Al pobre Pío XII le han tirado encima de todo. Pero hay que recordar
que antes se lo veía como el gran defensor de los judíos. Escondió a muchos en
los conventos de Roma y de otras ciudades italianas, y también en la residencia
estival de Castel Gandolfo. Allí, en la habitación del Papa, en su propia cama,
nacieron 42 nenes, hijos de los judíos y otros perseguidos allí refugiados. No
quiero decir que Pío XII no haya cometido errores -yo mismo cometo muchos-,
pero su papel hay que leerlo según el contexto de la época. ¿Era mejor, por
ejemplo, que no hablara para que no mataran más judíos, o que lo hiciera?
También quiero decir que a veces me da un poco de urticaria existencial cuando
veo que todos se la toman contra la Iglesia y Pío XII, y se olvidan de las
grandes potencias. ¿Sabe usted que conocían perfectamente la red ferroviaria de
los nazis para llevar a los judíos a los campos de concentración? Tenían las
fotos. Pero no bombardearon esas vías de tren. ¿Por qué? Sería bueno que
habláramos de todo un poquito.
¿Usted
se siente aún como un párroco o asume su papel de cabeza de la Iglesia?
La dimensión de párroco es la que más
muestra mi vocación. Servir a la gente me sale de dentro. Apago la luz para no
gastar mucha plata, por ejemplo. Son cosas que tiene un párroco. Pero también
me siento Papa. Me ayuda a hacer las cosas con seriedad. Mis colaboradores son
muy serios y profesionales. Tengo ayuda para cumplir con mi deber. No hay que
jugar al papa párroco. Sería inmaduro. Cuando viene un jefe de Estado, tengo
que recibirlo con la dignidad y el protocolo que se merece.
Es verdad que con el protocolo tengo mis
problemas, pero hay que respetarlo.
Usted
está cambiando muchas cosas. ¿Hacia qué futuro llevan estos cambios?
No soy ningún iluminado. No tengo ningún
proyecto personal que me traje debajo del brazo, simplemente porque nunca pensé
que me iban a dejar acá, en El Vaticano. Lo sabe todo el mundo. Me vine con una
valija chiquita para volver enseguida a Buenos Aires. Lo que estoy haciendo es
cumplir lo que los cardenales reflexionamos en las Congregaciones Generales, es
decir, en las reuniones que, durante el cónclave, manteníamos todos los días
para discutir los problemas de la Iglesia. De ahí salen reflexiones y
recomendaciones. Una muy concreta fue que el próximo papa debía contar con un
consejo exterior, es decir, con un equipo de asesores que no viviera en el
Vaticano.
Y
usted creó el llamado consejo de los Ocho.
Son ocho cardenales de todos los
continentes y un coordinador. Se reúnen cada dos o tres meses acá. Ahora, el
primero de julio tenemos cuatro días de reunión, y vamos haciendo los cambios
que los mismos cardenales nos piden. No es obligatorio que lo hagamos pero
sería imprudente no escuchar a los que saben.
También
ha hecho un gran esfuerzo para acercarse a la Iglesia ortodoxa.
La ida a Jerusalén de mi hermano
Bartolomé I era para conmemorar el encuentro de 50 años atrás entre Pablo VI y
Atenágoras I. Fue un encuentro después de más de mil años de separación. Desde
el Concilio Vaticano II, la Iglesia católica hace los esfuerzos de acercarse y
la Iglesia ortodoxa lo mismo. Con algunas iglesias ortodoxas hay más cercanía
que otras. Quise que Bartolomé I tuviera conmigo en Jerusalén y allí surgió el
plan de que viniera también a la oración del Vaticano. Para él fue un paso
arriesgado porque se lo pueden echar en cara, pero había que estrechar este
gesto de humildad, y para nosotros es necesario porque no se concibe que los
cristianos estemos divididos, es un pecado histórico que tenemos que reparar.
Ante
el avance del ateísmo, ¿qué opina de la gente que cree que la ciencia y la
religión son excluyentes?
Hubo un avance del ateísmo en la época
más existencial, quizás sartriana. Pero después vino un avance hacia búsquedas
espirituales, de encuentro con Dios, en mil maneras, no necesariamente las
religiosas tradicionales. El enfrentamiento entre ciencia y fe tuvo su auge en
la Ilustración, pero que hoy no está tan de moda, gracias a Dios, porque nos
hemos dado cuenta todos de la cercanía que hay entre una cosa y la otra. El
papa Benedicto XVI tiene un buen magisterio sobre la relación entre ciencia y
fe. En líneas generales, lo más actual es que los científicos sean muy
respetuosos con la fe y el científico agnóstico o ateo diga "no me atrevo
a entrar en ese campo".
Usted
ha conocido a muchos jefes de Estado.
Han venido muchos y es interesante la
variedad. Cada cual tiene su personalidad. Me ha llamado la atención un hecho
transversal entre los políticos jóvenes, ya sean de centro, izquierda o
derecha. Quizás hablen de los mismos problemas pero con una nueva música, y eso
me gusta, me da esperanza porque la política es una de las formas más elevadas
del amor, de la caridad. ¿Por qué? Porque lleva al bien común, y una persona
que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política por el bien común, es
egoísmo; o que use la política para el bien propio, es corrupción. Hace unos
quince años los obispos franceses escribieron una carta pastoral que es una
reflexión con el título "Réhabiliter la politique". Es un texto
precioso hace darte cuenta de todas estas cosas.
¿Qué
opina de la renuncia de Benedicto XVI?
El papa Benedicto ha hecho un gesto muy
grande. Ha abierto una puerta, ha creado una institución, la de los eventuales
papas eméritos. Hace 70 años, no había obispos eméritos. ¿Hoy cuántos hay?
Bueno, como vivimos más tiempo, llegamos a una edad donde no podemos seguir
adelante con las cosas. Yo haré lo mismo que él, pedirle al Señor que me
ilumine cuando llegue el momento y que me diga lo que tengo que hacer, y me lo
va a decir seguro.
Tiene
una habitación reservada en una casa de retiro en Buenos Aires.
Sí, en una casa de retiro de sacerdotes
ancianos. Yo dejaba el arzobispado a finales del año pasado y ya había
presentado la renuncia al papa Benedicto cuando cumplí 75 años. Elegí una pieza
y dije "quiero venir a vivir acá". Trabajaré como cura, ayudando a
las parroquias. Ése iba a ser mi futuro antes de ser papa.
No
le voy a preguntar a quién apoya en el Mundial...
Los brasileros me pidieron neutralidad
(ríe) y cumplo con mi palabra porque siempre Brasil y Argentina son
antagónicos.
¿Cómo
le gustaría que le recordara la historia?
No lo he pensado, pero me gusta cuando
uno recuerda a alguien y dice: "Era un buen tipo, hizo lo que pudo, no fue
tan malo". Con eso me conformo.
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