Nadie ha subido al
cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para
que todo el que crea tenga en él la vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo
que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino
que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar
al mundo, sino para que el mundo se salve por él.(Juan 3,13-17)
“Y como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo
del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna.” (Jn 3, 14-15)
Si te sientes herido porque has puesto tus manos en
mil tareas, y parece que has perdido el tiempo, o por el contrario, has tenido
éxito y te descubres insatisfecho, mira al que, levantado el alto, te muestra
sus manos clavadas, para ofrecerte el remedio a tu prepotencia, y podrás
realizar en su nombre el bien, sin resentimiento ni vanidad.
Si traes los pies cansados, hinchados, porque has
andado por caminos ásperos, y dolorido de caminar sin rumbo o por veredas que
no llevan a metas saludables, y sientes la tentación de la derrota, mira al
Crucificado, clavados sus pies, sujetos, para trasvasarte fuerza en tu
debilidad.
Por los pies detenidos del Señor recibirás a cambio
unos pies de gacela, ágiles, para avanzar hacia la entrega generosa y total de
ti mismo.
Si tu herida es más íntima, porque tienes el corazón
deshecho, dividido, roto, por tus afectos imposibles, o por el alejamiento de
los que amas.
Si reconoces que en vez de amor has proyectado afán
posesivo y te has quedado en la amargura de la soledad, extenuado y seco,
descorazonado y escéptico, mira al traspasado con una lanza, herido en su
pecho, convertido en manantial de vida, de amor desposeído, sin especulación ni
reivindicación alguna, sino entregado a fondo perdido.
Si bebes de este manantial, volverás a sentir el
amor primero, el amor que te funda y del que se renace, el amor que te
permitirá amar y sentirte amado.
Creo que no me equivoco si intuyo que tu dolor puede
provenir de tus pensamientos, de dar vueltas a las cosas que te preocupan, de
la mala memoria que te sobrecarga la cabeza de pensamientos negativos, de
obsesiones persistentes hasta llevarte a perder la alegría. Mira al coronado de
espinas. Él te ofrece descanso, y te llama a silenciar la mente, a abandonarte
en Él. Si llegas a contemplar ese rostro y se trasfunde en ti su mirada,
sentirás sosiego, paz, serenidad, y quedarás libre de las imágenes negativas
que te atraviesan las sienes, hasta producirte dolores como si te clavaran
espinas en la cabeza.
Pero si lo que te duele es todo el cuerpo, tu propia
naturaleza herida, tu historia desnuda a los ojos de quien penetra las entrañas
y el corazón, y no superas el peso de tu carne herida, de la quiebra de tu
humanidad por haber convivido con deseos extraños, con relaciones
insatisfechas, mira el cuerpo desnudo del Señor, su cuerpo entregado, su
oblación total, para que no dudes de que Él ha deseado llevar todas tus
dolencias, e incluso tus propios pecados.
El te ofrece la reconciliación total contigo mismo,
al transfigurar todas tus llagas en señales compartidas con quien es el Hijo de
Dios. En la medida en la que te veas reflejado en Jesucristo, tus heridas se
curan, se iluminan, y se convierten en trofeos, títulos nobles, por los que has
recibido la compasión entrañable de Dios.
(Ángel Moreno)
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