sábado, 12 de enero de 2013

LA HERIDA LUMINOSA

 
 
Tomo prestada de Maurice Blondel una imagen que me ha fascinado. El gran creyente francés parte de la imagen del Panteón  de Roma para reflexionar sobre la dimensión incompleta de la persona. Resulta paradójico, dice,  que lo más importante, lo que más anhelamos, aquellos deseos vitales que nos mueven estén fuera del alcance de nuestras propias fuerzas. Pero esa misma impotencia es lo que nos abre a la trascendencia y nos eleva más alto que nosotros mismos. Sólo con nosotros mismos no podemos llegar nunca  a ser nosotros mismos. Como el Panteón que sin la Luz que penetra por esa herida nunca sería el Panteón que ha suscitado la admiración de todos, desde Brunelleschi, que estaba convencido de que el templo caería, hasta el último turista que hoy entra en él.
El Panteón es un edificio “incompleto” en cierto modo, continúa Blondel. Su maravillosa cúpula no está cerrada, no te protege de la lluvia. Pero precisamente por esa herida…penetra la Luz que tan maravillosamente transforma el interior.  Es la “herida luminosa”.  Y esa herida cambia radicalmente la actitud de cuantos entran en el templo como cambia la actitud de quien vive abierto o cerrado a la trascendencia. Entrar en el Panteón es levantar la cabeza, buscar la luz. A veces, guarecerse también de la lluvia que, inmisericorde, penetra en el interior. Es curioso que los no creyentes sean dados a pensar que los creyentes viven protegidos bajo sus creencias, como si la fe fuera un paraguas. El creyente es como un Panteón, alguien que vive abierto a la Luz y que sufre las inclemencias del “tiempo” incluso en momentos que a otros les es lícito buscar refugio. Pero es cierto que el Panteón está ya preparado en su suelo, ligeramente cóncavo, para que el agua salga fuera.  Mi corazón creyente está preparado para una especial resiliencia. La que nace de amar a Alguien que en la Cruz vive ya la Gloria.
He querido leer algo sobre la construcción del Panteón y, sin entender mucho, he concluido que su grandeza reside en ser un edificio maravillosamente complejo y simple a la vez. Como la persona. Grande y pequeña. Rica y pobre. Somos una maravilla de Dios precisamente porque estamos heridos de Dios. Deseados y deseantes.
La recién fallecida Rita Levi- Montalcini escribió  en su día un precioso “elogio de la imperfección” que viene a glosar la misma idea de Blondel. Éste lo hace desde el arte y la teología  y la premio nobel de medicina desde la ciencia pero ambos afirman lo mismo: la imperfección es el auténtico motor de perfección de la especie humana tanto biológica como espiritualmente.
Sólo hay que estar abierto y dejar que la luz nos bañe. 

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