XXV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como derrochador de sus bienes.
Dijo también a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como derrochador de sus bienes.
Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de tí? Da
cuenta de tu administración, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré?
Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da
vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me
reciban en sus casas.
Y llamando a cada uno de los deudores
de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? El dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo:
Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y
tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. El le dijo: Toma tu
cuenta, y escribe ochenta.
Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los
hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los
hijos de luz.
Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que
cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que
en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto. Pues si en las
riquezas injustas no fuisteis fieles, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si en
lo ajeno no fuisteis fieles, ¿quién os dará lo que es vuestro? Ningún siervo
puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o
estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero.
(Lc 16, 1-32)
DERROCHADOR DE BIENES. Por cercanía – se relata un capítulo antes –
recordamos otro derrochador: el hijo pródigo. Tanto en una parábola como en
otra queda claro que los bienes no son propios. Somos sólo administradores de
todos los bienes que el Señor nos ha dado: la naturaleza – y ay de los que la
explotan hasta hacerla agonizar- los talentos personales y, también, las
posesiones materiales.
A lo largo del evangelio Jesús
refleja distintas posturas ante los bienes que debemos, tan sólo, administrar:
hay quien los entierra, como el
criado de la parábola de los talentos; hay quien los derrocha, como este administrador o el hijo pródigo; hay quien sirve al dinero, como el rico Epulón o
el hombre que duerme preocupado por construir silos para el grano…cuando esa
misma noche se le pedirá la vida. La única postura válida es la de la libertad,
la del buen uso, la del compartir,
como Zaqueo. Jesús no fue un ingenuo que rechazara el dinero, en su grupo había
un tesorero. No maldijo el dinero pero criticó la dependencia de éste. Lo decía
más fuerte, pues criticaba a los que “adoraban” el dinero.
Preguntémonos qué hacemos con los
bienes recibidos, del tipo que sean (inteligencia, espiritualidad, bienes
materiales…): ¿los entierro? ¿los dejo perder, los malgasto? ¿los convierto en
centro de mi vida? (hay quien vive para el deporte, para el cuerpo, para el
éxito, para el trabajo…)¿ O los uso y comparto?
Jesús, como buen semita, usa
cifras muy exageradas para captar la atención:
las cien medidas de aceite equivalen a 3.500 litros, que se reducen luego
a la mitad; las cien medidas de trigo equivalen a 600 quintales o 27.600
kg y la deuda se reduce a ochenta
medidas lo cual supone un ahorro de 120 quintales o 5.520 kg
Los comentaristas discuten si
este administrador sigue estafando a su señor cuando se ve descubierto, lo cual
no parece muy lógico, o lo que hace es
renunciar a su parte, al margen de ganancia que el amo permitía a los
administradores para así ganarse el favor de los “deudores”. Muchos se inclinan
por esta interpretación, lo cual nos indica que si somos buenos administradores
de los talentos recibidos nuestro “margen de ganancia” es también muy amplio. El
caso es que, de nuevo, entramos en el perenne juego del evangelio, “perder para ganar” porque este
administrador que pierde, gana la gratitud y la benevolencia de los deudores.
LOS DEUDORES DEL AMO. Hace años, cuando rezábamos el padrenuestro,
nos reconocíamos deudores. Nuestra sociedad materialista fue limitando el
concepto de deuda a “deber dinero” pero todos sabemos que las deudas más
grandes nunca podremos pagarlas: el amor recibido, la educación, la confianza,
las oportunidades, la fe transmitida, la vida misma…Ante estas deudas solo hay
una manera de intentar pagar: reconocer que nunca podremos pagarlas. Y ese es
el inicio de la gratitud.
Dios sólo puede tener deudores.
Reconocer que nunca podré pagar a Dios sus beneficios y saberme en deuda es el
inicio de la vida espiritual, de la humildad.
La deuda que yo tengo que “pagar
a Dios” la cobra otro. Ese es el camino: de los bienes recibidos, son mis
hermanos los beneficiarios.
LA FIDELIDAD
Hay que entender que Jesús, en esta
parábola, elogia la astucia del administrador, no su deshonestidad. Y viene a
decirnos que ojalá fuéramos tan espabilados como él para alcanzar la Luz. Para
ello, para esa astucia que nos lleva a una vida luminosa, Jesús mismo nos
indica el camino: la fidelidad a las pequeñas cosas. Porque la infidelidad se
prepara cada día antes de abrazarla y lo mismo ocurre con la fidelidad: es un mosaico de pequeñas teselas. Teselas
que hay que poner cada día con la certeza de que un día brillará, con todo
esplendor, el mosaico de la imagen divina.
CORAZÓN PARTÍO
La persona, imagen e Dios, solo
puede adorar a Dios. Y Dios es absoluto. Servir a Dios y al dinero es como
pretender jugar un partido de fútbol con dos balones: no sabremos a cuál
dar. Pocas veces es Jesús tan rotundo,
tan claro: No podéis servir a Dios y al dinero.
La sabiduría popular sabe que hay
personas que encienden “una vela a Dios y otra al diablo” y contra eso nos
previene Jesús: no se puede, tarde o temprano te inclinas por Dios o por el
diablo.
Optar bien es lo que nos pide hoy
la Palabra. Servir y amar a Dios de todo
corazón es nuestra única felicidad.
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