jueves, 18 de junio de 2009

ACTITUDES DE NAZARET (IV)

Cuarta actitud: El asombro

Dice el evangelio que María se turbó. No de la presencia del ángel sino de lo que éste le decía. Turbarse no dice mucho a la gente de hoy en día. Es quizá asombro la palabra que más refleja lo que vive María. Ese mismo asombro le hará estallar en cántico, en Magnificat.
Nazaret es el hogar del asombro. Asombro por un Dios que se hace pequeño, por un Dios que cuenta conmigo, que me llama. En Nazaret nunca se vivió acostumbrados a Dios. El Dios de Nazaret no es el que se puede dar por sentado; es el Dios que te sale por la calle que no esperas, el que no viene por donde tú vas, el que te arranca de tu comodidad, el que rompe tus sueños y te regala otros sin explicártelos; es el Dios desconcertante, es el Dios que hay que aceptar porque es un poco “raro”, no responde a los esquemas. Nazaret es sorpresa, asombro, pasmo. Porque a Dios se le encuentra donde uno no espera y cuándo uno no lo busca y cuando no lo ve, brilla de repente.
No es fácil vivir en el asombro. Asombrarse un ratito, unos días, alguna vez al año...lo entendemos. Pero estrenar cada día la vida como regalo, no dar por sentado que mañana amaneceremos...¡qué nerviosos nos pone! Porque al asombro ante Dios corresponde el sentimiento de pequeñez. Yo soy ese cuerpo opaco en el cual se refleja la gloria de Dios. María, la mujer más cantada, pintada y loada de toda la historia, canta su pequeñez. Porque sabe cuál es el referente. Y al lado de Dios, todos, hasta María, somos como un granito de arena. Del asombro nace la pequeñez y de la pequeñez, la gratitud.

No hay comentarios:

Publicar un comentario